Orfandad política
Corría el 2013 y a Ricardo Anaya, ya como diputado federal, lo presentaban como joven promesa con dotes extraordinarias de operador y negociador político.
Su presidencia en San Lázaro fungió como pieza de ajedrez clave en el proceso de las llamadas reformas estructurales del gobierno peñista.
La división al interior del PAN gracias al calderonismo fue una ventana de oportunidad para que Anaya se hiciera del partido y ejerció el cargo de manera autoritaria y con oídos sordos. En ese tiempo, granjeó muchos enemigos tanto de internos como externos. Si no me creen, pregúntenle a Gustavo Madero, a quien después de haber recibido todo su apoyo para la dirigir el partido, lo traicionó por el ahora presidente del PAN, Marko Cortés, a quien apoyó para ser coordinador de la bancada blanquiazul.
Unos dicen que tuvo un pésimo resultado electoral con una alianza antinatura con el PRD y MC, “Por México al Frente”, y una campaña que nada más no prendió. Pero otros dicen que el PAN es la segunda fuerza política del país y, "haiga sido como haiga sido", nunca antes habíamos tenido tantos gobernadores.
Tras perder, se autoexilió en la universidad de Columbia, en Nueva York, a donde fue a enseñar “Sistema político mexicano”. Y es que seguramente no le costó trabajo ya que, como ustedes recordarán, tenía a su familia en Atlanta, hecho que tuvo que salir a explicar en aquella acalorada contienda. ¡Cómo olvidar todo el show de los terrenos del suegro que lo llevó a que la PGR lo investigara!