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¿Y yo por qué?

Ante el actual panorama hay respuesta ante la pregunta de lo que nos toca hacer; lo primero es reconocer que en el pasado no hemos sido lo participativos y contestatarios que debimos haber sido.
mié 23 septiembre 2020 06:20 AM
Participación
Las elecciones del 2021 son la respuesta ante la pregunta de qué hacer por el país.

Muchos recordarán la expresión del presidente Vicente Fox cuando se le preguntó si intervendría ante la ilegal y violenta ocupación de las instalaciones del Canal 40 en el Cerro del Chiquihuite, y con superficialidad se excusó para no hacer nada (de hecho el evento quedó desde entonces como un acto arbitrario como muchos otros propios del modus operandi de Ricardo Salinas Pliego).

Ese episodio marcó, en buena parte, la historia reciente del país en que las autoridades en vez de actuar ante eventos ilegales, preguntan y dudan respecto a lo que tienen que hacer ante dichas situaciones. Y lo trágico de que siquiera se hagan dicha pregunta es que confiesan una ignorancia profunda sobre la razón de su ser, de su designación, y de las obligaciones que asumieron y trae consigo a partir del momento mismo de la aceptación de su cargo.

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Aunque nos cueste trabajo aceptarlo, las leyes se expiden para ser cumplidas, y en contrapartida de las leyes naturales, es intrínseca la posibilidad de que se pueda violentar su contenido –precisamente por tal implícita opción es que (salvo en las normas imperfectas) se establece siempre una sanción ante la infracción. Por tal razón y para tal efecto se fija un proceso para realizar la investigación de origen, se establecen las obligaciones de a quienes corresponde acreditar la responsabilidad, y finalmente las reglas para determinar la imposición de sanciones.

La ausencia en la práctica de dichos procedimientos es lo que genera la tan llevada y nociva impunidad. Es el cáncer del Estado de Derecho porque propicia los incentivos contrarios y perfectamente adversos al deber ser. En lugar de mandar una señal clara de que cuando alguien osa quebrantar el orden jurídico acordado se aplicarán las sanciones respectivas, prevalece el desorden y la posibilidad de que se animen cada vez más personas a no acatar las normas.

Y el problema más grave es que en ese ánimo de quebrantar el orden jurídico no solamente caen los tradicionales malhechores, sino que de forma destacada se suman decididamente quienes deben ser los encargados de procurar la aplicación estricta de la ley. En efecto, como lo están pensando, es el gran origen de la corrupción. Es por ello que las personas respectivas se animan a realizar tales actos, porque de hecho asumen (y lamentablemente en forma correcta) que no les pasará nada.

Esta fue la dinámica que durante muchos años se perpetuó por muchas personas en el sistema político mexicano, con picos y valles en cuanto al desempeño sexenal, y con un marcado desenfreno y obsceno descaro en el sexenio en que gobernaron la nociva dupla Videgaray-Peña Nieto (en ese orden). Fue ese exceso que venía desde la época de su gobierno en el Estado de México que auspició el ambiente propicio para que una propuesta ideológica, pero sin sustento como fue la de Morena, tuviera éxito en 2018. Esto no habría sido posible de no haberse dado tal nivel de robo, abusos y rapacidad.

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Pero lo referido no hubiera sido tan grave si los temas que dieron sustento a la campaña exitosa en 2018, es decir, la lucha contra la corrupción, la inseguridad y la impunidad se hubieran atendido. Y no solamente no ha sido así, sino que de hecho las cuestiones se han complicado mucho más. No se han atacado las causas y raíces de los problemas, sino que se han incrementado. Se han adoptado pésimas decisiones en las que el hilo conductor ha sido erosionar la certeza jurídica, nulificar la lógica económica, destruir la fortaleza institucional, romper los contrapesos, ignorar el Estado de Derecho, y apartarse de mejores prácticas internacionales.

Por si no fuera suficiente, ahora tenemos un episodio muy grave como lo constituye la propuesta de consulta pública para determinar si se enjuicia a cinco expresidentes. Es un nuevo acto de simulación (como los muchos a los que nos tienen acostumbrados, destacando en días recientes la no-rifa del avión), en el que se pretende violentar el orden constitucional con un texto amañado, con carga ideológica, y sin mérito técnico alguno.

El documento es manifiestamente inconstitucional por violentar derechos humanos fundamentales y no respetar la competencia de los órganos de procuración de justicia. El Senado pasó sin pena ni gloria el documento al escrutinio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, máximo tribunal en que no puede sino esperarse que se defenderá el cauce institucional y se detenga este esperpento. Parecería que hasta ahí llegará este miserable distractor, pero lamentablemente nos vamos a equivocar porque se le dará la retórica de ser un ataque de las instituciones al "pueblo bueno". Y por si lo anterior no fuera poco y para redondear el artero ataque, los legisladores lamesuelas presentan una iniciativa de Ley de Amnistía respecto de los mismos expresidentes para burlarse abiertamente de todo el sistema. Simplemente inverosímil.

El país va así en un muy peligroso derrotero de destrucción sistemática (un término que ya utilizamos en una entrega previa). No solamente son los números récord y dramáticos de muertos por homicidios dolosos, sino también por COVID-19 que en breve llegará a 75,000 decesos. Súmenle a ello la destrucción económica de un régimen que se ha encargado de erosionar por completo la confianza en inversiones, acabado con la solvencia económica para tener crecimiento, y dado el golpe que destruye las finanzas públicas con proyectos faraónicos sin viabilidad económica y una capacidad casi infinita de absorber recursos. Tenemos así una caída del PIB del país para 2020 en un rango de entre 12 y 15 puntos porcentuales.

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Hay que destacar que el Presidente se va quedando progresivamente solo. Y no me refiero solamente a que no tiene ni ha tenido jamás un equipo que supla sus deficiencias. Me refiero a algo más profundo que es el hecho que sus mentiras propaladas a diestra y siniestra ya no caben en un juicio sano de lo que realmente ocurre en el país. La realidad impera y es totalmente distinta a lo que él imagina cada mañana. La soledad también se está viendo en el propio soporte popular, no de las encuestas oficiales amañadas, sino de la notoria pauperización económica y sanitaria, misma que se refleja en la ausencia en algo tan obvio como la no compra de boletos de la no-rifa del no avión (ya que los compraron los empresarios –antigua mafia del poder– y el propio gobierno federal en un manejo desaseado, ilegal y oprobioso de recursos públicos). Sumemos a dicho panorama la referencia que constituye ver la plancha del Zócalo vacía el día del Grito de la Independencia. Bueno, ya ni con Lozoya cuenta, figura que desapareció con un solo Pío. El Presidente solo y sin enmienda.

Y ante este panorama la pregunta entonces es ¿qué hacer? Y en eso es en lo que queremos insistir en este artículo. Porque que no nos quepa duda de que sí nos corresponde hacer, y mucho. Lo primero es que debemos reconocer que en el pasado no hemos sido lo participativos y contestatarios que debimos haber sido. Esa pasividad, complicidad e ingenuidad propició en gran medida lo que pasó en el sexenio pasado y ahora el presente. Afortunadamente, se aprecia un creciente despertar, una efervescencia ciudadana, una potencia individual y colectiva. Un esfuerzo por buscar como generar las bases para demostrar que es posible hacer las cosas bien y tener un país nuevo y bueno.

En efecto no estamos en un destino imbatible. La ciudadanía debe enarbolar una nueva etapa en que se vindiquen realmente las necesidades que son comunes a la absoluta mayoría de los mexicanos. Pasa por sustentar todo lo que se tenga que hacer para que en el país sean realidad los temas esenciales como son seguridad, justicia, educación, salud, trabajo, sustentabilidad, equidad, inclusión, paz y orden. En esas variables difícilmente puede haber un desacuerdo. Con una visión clara de los porqués y los cómos se puede aspirar a volverlos realidad. Simplemente se requiere voluntad, consistencia y perseverancia. Y para ello el eje debe ser la ciudadanía y la clase política debe supeditarse y enarbolar dichas causas y objetivos, pero no en vano o en el vacío, sino con planes, ciencia, medición y rendición de cuentas.

Dichos pasos y procesos se van a solidificar en las semanas y meses por venir como parte del gran proyecto ciudadano que tiene como estación de paso obligado la elección del 6 de junio de 2021 en que se elegirán a más de 20,000 servidores públicos.

Es en torno a dicha cita que se deben cerrar filas y lograr el entendimiento amplio de grandes bases sociales, organizaciones y ciudadanos en general. Y ese acuerdo se debe asumir como propio por los partidos políticos que decidan ser afines a tales objetivos y lograr el impacto necesario en el devenir del país. Sumemos a dicha actividad la presencia de múltiples candidaturas ciudadanas en las siglas de los partidos participantes y entonces el ejercicio cobrará potencia, credibilidad y eficacia. Los partidos políticos sabrán como hacer trabajo para ser perdonados por los excesos del pasado y a la vez ser los vehículos para que la ciudadanía sepa como enarbolar una oferta tangible, congruente, competitiva y emotiva.

De esta manera, ahora lo que toca es que todos los ciudadanos que queremos ese país distinto que hoy no existe ni se va a lograr con el dispendio y desatino del actual gobierno federal, nos sumemos y dirijamos a lograr las condiciones deseadas para el futuro del país. De esta manera, ahora le toca a toda la ciudadanía preguntarnos: "¿y yo por qué?". Y, a diferencia de los antecesores, contestar con contundencia: porque vale la pena luchar democrática y legalmente por hacer que sea una realidad el tener un país diferente e incluyente, algo que no ha sucedido pero que es posible.

No dudemos ni un segundo y demos confianza para contagiar el entusiasmo. Nos toca actuar y el momento es ahora. Como dijo John F. Kennedy, pregunten no lo que el país puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por el país. Nunca fue más importante dicha reflexión. Por ello nos toca actuar y no faltar a esta cita democrática y ciudadana que nada ni nadie debe perturbar o empañar. Y entonces entenderemos claramente que lo que hagamos cada uno de nosotros es la gran parte del porqué estamos obligados a actuar.

Nunca más ausentes, pasando por romper apatías y seguramente eliminar la nociva abstención que es el gran problema de elecciones, sobre todo las intermedias. El tema central es que en 2021 está en juego la definición del país que se quiere y si se opta por otra alternativa distinta para tener una señal clara de que la ciudadanía quiere libertades, seriedad, contrapesos, seguridad y justicia, y se deje atrás el autoritarismo, opacidad, ilegalidad y abusos que hoy se ven en forma diaria y permanente.

El destino está en nuestras manos. ¡No hay tiempo que perder!

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Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es Miembro Directivo de UNE.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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