Emilio Lozoya, hombre de crítica fácil, destructiva, falaz, ha optado por acusarme de corrupción sin fundamento ni verdad, de un modo vil, amparado por un esquema oportunista que lo beneficia sólo a él, haciendo gala de su inmoralidad. Hacerlo así, con una historia que no sucedió más allá de su imaginación, significa mentir, desinformar, confundir o manipular.
Frente a la calumnia es difícil defenderse, el calumniador goza de todas las ventajas, incluidas premeditación y la alevosía, mientras que el calumniado solo cuenta con su nombre, reputación y el reconocimiento y afecto de aquellos quienes le conocen.
Su falso testimonio significa también dañar esas zonas impenetrables que nos erosionan la confianza, la seguridad, la certeza y terminan por desbaratarnos. Lozoya posibilitó que se ejerciera sobre mi persona una crítica devastadora, sin sustento, sin respeto, sin responsabilidad, lejos de la investigación y el análisis a los que tengo derecho, causándome daño moral.