Durante los últimos cuatro sexenios solo dos presidentes han hecho cambios en su gabinete antes de cumplir 20 meses en el poder: Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa. * Peña Nieto no había hecho ninguno todavía. Calderón había hecho tres: Juan Camilo Muriño reemplazó a Francisco Javier Ramírez Acuña en Gobernación, Salvador Vega a Germán Martínez en Función Pública y Ernesto Cordero a Beatriz Zavala Peniche en Desarrollo Social. Fox tampoco había hecho ningún cambio. López Obrador lleva tres: Arturo Herrera por Carlos Urzúa en Hacienda, Víctor Manuel Toledo por Josefa González-Blanco en Medio Ambiente y Jorge Arganis por Javier Jiménez Espriú en Comunicaciones.
¿Importan los cambios en el gabinete de AMLO?
La cuestión, con todo, no puede reducirse a la mera comparación del número de relevos en la primera línea del equipo presidencial. Lo fundamental, lo decisivo, es el sentido de esos relevos: qué diferencia sustantiva hacen, qué suponen en términos de la correlación de fuerzas al interior del gabinete, qué mensajes envían y qué dicen sobre cómo opera uno u otro gobierno.
Aquellos primeros cambios en el gabinete de Calderón respondieron a un fortalecimiento de su camarilla más inmediata a costa de otros grupos o figuras, llamémosles panistas de otras cepas, que lo apoyaron durante la campaña y lograron hacerse de algunos cargos al inicio de su gobierno. Sin embargo, como suele suceder, una cosa es la coalición con la que se gana y otra con la que se gobierna.
Las dudas de Calderón sobre el desempeño y la lealtad de esos secretarios, la proverbial desconfianza que siempre le tuvo a su propio partido y a quienes no pertenecieran a su entorno más compacto, y las intrigas palaciegas que ese mismo entorno promovió desde Los Pinos, llevaron al presidente a decidir la salida de Ramírez Acuña y Zavala Peniche.
El caso de Germán Martínez fue diferente. Era muy cercano a Calderón, pero no tenía buena relación con “Iván” (como era conocido en corto Mouriño y quien despuntaba ya como líder de su camarilla y favorito del presidente). Su salida de la SFP obedeció a la oportunidad que la renovación de la dirigencia nacional del PAN, unos meses después, ofrecía a Calderón para colocar ahí a otro de sus afines. Y así fue.
Los primeros cambios en el gabinete de López Obrador cuentan una historia muy distinta. A pesar de las conocidas pugnas al interior del gabinete, ningún cambio fue producto directo de ellas. No es que un conflicto entre grupos de la coalición lopezobradorista haya derivado en el desplazamiento de unos por otros. Tampoco es que el presidente resolviera sustituir a sus secretarios por problemas con sus resultados, su agenda o su compromiso con la causa de la autodenominada “Cuarta Transformación”.
Más bien fueron sus secretarios, Urzúa y Jiménez Espriú , los que decidieron renunciar por tener diferencias con el presidente (en su renuncia Urzúa denunció imposiciones y conflictos de interés por parte del grupo de Alfonso Romo ; no obstante, en su lugar López Obrador nombró a Arturo Herrera, brazo derecho del propio Urzúa en la subsecretaría del ramo).
La renuncia de la secretaria González-Blanco , por último, fue resultado del escándalo que se desató tras conocerse que había inventado una supuesta “orden presidencial” con el fin de obligar a una aerolínea comercial a que retrasara el despegue de un vuelo para esperarla.
Esta apretada comparación arroja, a su manera, un contraste respecto al papel del gabinete durante los primeros 20 meses de uno y otro sexenio. Con Calderón, el gabinete era un campo abierto de ambiciones y disputas, un espacio para premiar o castigar grupos. El presidente ponderaba perfiles y decidía ajustes estratégicos. Había recursos y poder en juego, las secretarías significaban algo.
Con López Obrador, el gabinete ha pasado a un plano muy secundario, en algunos casos a cumplir funciones apenas decorativas. Hay menos recursos y poder en juego. La mayoría de las secretarías está tan disminuida, y el presidente les da tan poca bola, que sus titulares se vuelven perfectamente prescindibles, sin mayores sobresaltos. López Obrador ni siquiera tiene que destituirlos, ellos escogen irse. Los únicos tres secretarios con estatura y peso político propio son dos: Ebrard.
Quizá por eso los rumores y especulaciones sobre nuevos movimientos en tal o cual secretaría suenan tan frívolos e intrascendentes. Los cambios en el gabinete de López Obrador no tienen tanta importancia porque su gabinete, la verdad, no importa tanto.
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* Me refiero a lo que en la administración pública se suele identificar como el “gabinete legal”: las secretarías de Estado, la Consejería Jurídica y la vieja PGR (la nueva FGR ya no pertenece formalmente al gabinete, pues con la reforma de 2018 se constituyó como un órgano constitucional autónomo).
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