Villegas Ortiz apenas tenía desde febrero en funciones, había llegado a Colima desde Jalisco, allá fungió como juez en un caso de Rubén Oseguera González "El Menchito”, hijo del capo Nemesio Oseguera "El Mencho”.
Villegas era conocido por su arrojo y valentía, era oriundo de Ciudad Juárez, Chihuahua. En la frontera, se forjó con el ánimo de impartir justicia, luego de deambular por diferentes estados de la República, logró su cometido; sin embargo, las balas de los cobardes terminaron con su ascendente carrera.
Lamentablemente, en México hemos agotado nuestra capacidad de asombro. Todas las vidas deben de ser valoradas de la misma manera. Sin embargo, el que un juez haya sido asesinado con signos del crimen organizado debe de llamarnos toda la atención.
La muerte de un juez equivale a una situación drástica de inseguridad, es una batalla que pierde toda la sociedad; él fue un representante del Poder Judicial. Un juez menos es una situación que agrava la criminalidad.
En una nación tan convulsionada y con grandes problemas por causa del narcotráfico, el que se hayan atrevido a cometer un homicidio tan artero, en la plena luz de la mañana, en el hogar del juez y junto con él arrebataran la vida de su esposa (que a todas luces era inocente) es un desafío a todas las instancias del Estado, pero también es una demostración del poder que ejercen los grupos delictivos en el país.