La segunda es que deben dejar de pensar que demostrar la incompetencia de AMLO hará que las personas dejen de votar por él. El voto no se trata de quién está gobernando sino de qué tanto mejor se puede estar con otro gobernante. El que las élites sigan hablando mal de AMLO sin proponer alternativa no habla mal de AMLO, sino de las élites mismas.
Es momento de crecer. La élite debe dejar de recurrir a los mismos economistas que los han asesorados siempre porque claramente las ideas que les han dado no han sido atractivas para nadie. Deben dejar de tener eventos donde solo hablen los de siempre, los mismos hombres, viejos y ricos, y donde, solo recientemente, suben a una mujer como ponente, siempre y cuando ella esté de acuerdo con los hombres. Más importante, deben encontrar aliados que no sean los mismos, que no les digan lo que quieren oír, y que no tachen de “ideologizados” a los que piensan distinto.
Mi ejemplo favorito es lo que pasó al inicio de la pandemia cuando muchos grupos políticos organizados presentaron sus propuestas. Nadie notó que algunas peticiones del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) eran similares a las hechas por la CNTE. Salvo llamados locos de ambos bandos (por un lado a dejar de fiscalizar y por el otro a expropiar) ambos tenían cosas en común. Ni cuenta se dieron porque no se hablan.
AMLO es fruto del país que crearon las élites mismas. Es una persona con título universitario, pero sin conocimientos técnicos porque nuestro sistema educativo es vergonzoso, es un político de partido propio y mayoritario porque así definimos las reglas electorales, es una persona rodeada de halagadores porque así se hacen regularmente los negocios en México.
En una democracia, debemos estar listos para que llegue el ciudadano promedio al poder. Y pues, AMLO es eso. Un hombre promedio. Si las clases altas quieren otra cosa, se deberá arreglar al país de raíz.
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