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“Feministas queman libros”

Si algunas feministas quemaron libros en la FIL de Guadalajara, ¿ese es el único tema?, ¿hay que condenar o defender su protesta?, ¿ayuda o perjudica?, ¿estás a favor o en contra?
mar 10 diciembre 2019 09:32 AM
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Protesta. Feministas quemaron libros afuera de la Feria de Libro en Guadalajara.

Ese fue el ángulo predominante de la cobertura periodística sobre la protesta que un grupo de mujeres llevó a cabo, durante la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, el viernes pasado. En el centro no estuvieron las mujeres, sus historias, sus agravios, su furia, ni los datos sobre la violencia que padecen. No estuvieron los libros, sus argumentos, sus autores, ni el fenómeno cultural del que forman parte. Y tampoco estuvieron los contextos local, nacional e internacional en el que dicha protesta se inscribe. En el centro estuvo, como protagonista indiscutible, el fuego. Esa fue la nota de la protesta, su método.

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La conversación pública también se concentró en eso mismo. Y el debate ha girado, desde entonces, en torno a que, en efecto, las “feministas queman libros”. ¿Hay que condenarlo o defenderlo? ¿Ayuda o perjudica? ¿Estás a favor o en contra? No es un debate desdeñable. Sobre todo porque trata de una acción cuyo simbolismo remite a episodios históricos que representan valores antagónicos a los de la propia protesta. Si el objetivo es llamar la atención para promover la igualdad, rechazar el discurso de odio y la violencia, ¿tiene sentido hacerlo mediante ese recurso tan emblemático de la Inquisición en los siglos XVI y XVII o del nazismo en el siglo XX? Incluso reconociendo las diferencias significativas que separan uno y otro caso –por ejemplo, que los motivos de los inquisidores y los nazis no son ni por asomo equiparables a los de las feministas y el movimiento LGBTI; o que la censura desde la posición de un poder establecido es muy distinta a la denuncia desde una posición de vulnerabilidad social– aún así resulta un acto, por decir lo menos, de escasa inteligencia estratégica.

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Sin embargo, es perfectamente posible reprobar la quema de libros y no por eso reprobar la totalidad de la protesta. Es válido distinguir, no tiene por qué ser un asunto de todo o nada, de posiciones tajantes y monolíticas. Puede haber matices, distinciones, deslindes, en fin, alternativas menos estridentes y más reflexivas que la condena absoluta o la justificación incondicional. Porque la protesta no es solo su método, también es sus causas, sus antagonismos y sus contextos.

Sobre sus causas, de hecho, hasta una somera revisión de las cifras relativiza la súbita importancia que ha cobrado, a raíz de las protestas, la violencia simbólica de quemar libros (o vandalizar monumentos). Solo entre enero y octubre de este año hubo 833 feminicidios; entre 2013 y 2018 fueron asesinadas 473 personas LGBT (como comparación, en el mismo periodo fueron asesinados 48 periodistas). Si quemar libros es un acto de escasa inteligencia estratégica, entonces escandalizarse más por eso que por la magnitud y la gravedad de la violencia cotidiana que enfrentan las mujeres y la comunidad LGBT es un testimonio de nula imaginación moral.

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Dado que uno de los libros que quemaron fue Psico-terapia pastoral: técnicas, mentoría prematrimonial y homosexualidad, un manual del pastor Misael Ramírez y del psicoterapeuta Juan Manuel Rodríguez que propone una respuesta contra “este flagelo y crisis de identidad como es la homosexualidad”, valdría la pena destacar tres contextos y antagonismos. El primero es el contexto local, la batalla por la llamada Ley Pizano , una reforma al Código Penal de Jalisco que busca prohibir las terapias para “quitarse el sentimiento de atracción homosexual” y que es ferozmente combatida por líderes de organizaciones de padres de familia y de asociaciones religiosas. El segundo es el contexto nacional, la desconcertante cercanía entre el gobierno de la autodenominada “cuarta transformación” y grupos ultraconservadores abiertamente contrarios a los derechos y la diversidad sexuales. Y el tercero es el contexto internacional, la consolidación de algunos movimientos evangélicos como fuerza política tanto en Estados Unidos como en América Latina y el backlash global contra las minorías sexuales . Tiene su ironía que quienes apelan a los valores de la libertad y la tolerancia para condenar la barbarie de quemar libros no condenen, con idéntica convicción, la barbarie de querer “curar” una orientación sexual en pleno siglo XXI.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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