Cuando el presidente es su propio vocero
Al presidente Ernesto Zedillo no le gustaba hablar ante la prensa. Siempre buscó mantenerse alejado de los reflectores y únicamente aparecía en coyunturas importantes y en actos de gobierno que estaban totalmente controlados.
“Zedillo no se sentía a gusto con estar enfrentando sus preguntas”, recuerda Fernando Lerdo de Tejada, director de Comunicación Social de la presidencia durante el sexenio del priista, quien instauró de manera oficial y —por primera vez en México— la imagen del “vocero presidencial”.

Era 1997. El internet apenas comenzaba a popularizarse en México y la televisión seguía siendo el medio más seguido por los mexicanos.
Por el escritorio de Lerdo de Tejada pasaban cada uno de los discursos del presidente, la estrategia para garantizar cobertura de prensa, la elaborar y distribución de boletines y el seguimiento de las notas del hecho al día siguiente. El poder total de la comunición la tenía el vocero.
“Una declaración o hecho relevante duraba semanas en los medios, en las plumas de los analistas y en las conversaciones de café”, recuerda. Y si el tema merecía ser aclarado o alargar su vida, la presidencia compraba inserciones en los medios y los funcionarios se encargaban de darle seguimiento.
“La comunicación del gobierno era más pausadas. La estrategia era: primero, ‘sacar la nota’ y que los periódicos reportaran el hecho; el segundo paso era que los analistas, editorialistas y columnistas estudiaran la noticia y profundizaran en su relevancia e impacto, y un tercer punto llegaba cuando el Estado sacaba algún desplegado o gacetilla informativa que permitiera continuar con ‘la nota’”, recuerda.
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