Pero dentro, se escribía otra historia llena de zonas oscuras y de dolor. El gobierno utilizó al Ejército, así como a la Dirección Federal de Seguridad, en contra de los movimientos de izquierda en las ciudades y en el campo. Cuando, en 1970, fue candidato a la presidencia de la República, le gustaba exclamar: “¡Arriba y adelante!” Y el grito lo llevó toda su vida como la marca de su ser político.
Ha muerto el hombre al que siempre, como fantasmas, lo persiguieron las dudas sobre su papel en la matanza de estudiantes en Tlatelolco y San Cosme, así como la táctica llamada “Guerra Sucia” en contra de los opositores clandestinos. La intención de que rindiera cuentas por esas tragedias se esfumó desde 2006, cuando la Fiscalía Especial para Delitos del Pasado –creada ex professo en el gobierno de Vicente Fox Quesada para juzgar sobre responsabilidades de esa época– abrió una investigación que desembocó en la acusación de genocidio.
Un tribunal le ordenó permanecer en arresto domiciliario. En esa condición, en el jardín de su casa, dijo que en México jamás se habían cometido crímenes de lessa humanidad. Ese fue uno de los últimos momentos en que se le escuchó la voz en público. Tres años después, el mismo tribunal lo exoneró de ese cargo y la fiscalía desapareció sin explicaciones y ningún caso concluido.
Luis Echeverría sobrevivió y festejó muchos cumpleaños al lado de sus hijos, nietos, bisnietos y personal de servicio que lo asistió desde que fue presidente. Le sobrevivió a José López Portillo (1976-1982), su amigo y quien lo sucedió en el poder, y a Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), quien emitió un decreto para darle pensión a los expresidentes, lo que por 31 años lo benefició.
Su era, como mandatario, fue de la esperanza al desencanto. Cuando se colocó la banda presidencial la inflación estaba en 4.96 y cuando concluyó su gestión, ese indicador era de 27.20. En los muchos estudios que se han escrito sobre ese resultado, se coincide en que la decisión de impulsar el modelo de Desarrollo Compartido en vez de continuar con el Estabilizador de las administraciones anteriores causó un estrago que pagaron los consumidores. Uno de los puntos básicos del echeverrismo fue convertir al Estado en el principal empleador y desplazar a las empresas.
Esa política dual generó instituciones que continúan hasta hoy. Nacieron el Infonavit y el Fonacot.
Para generar empleo, se invirtió en obra pública que en muchos casos, quedó inconclusa. Y hubo dispendio, además de corrupción. El gobierno constituyó la Comisión de Administración Pública que elaboró el diagnóstico “Informe sobre la Administración Pública” en el cual se recomendó que se formaran órganos de control interno en las dependencias, lo que sentó las bases de la Secretaría de la Función Pública actual. Pero en los hechos, el gasto público aumentó sin que fuera sometido a fiscalización. Entonces, la distancia entre la burocracia dorada y los ciudadanos quedó como una marca persistente en México.
Luis Echeverría se propuso romper con el pasado y gobernar para los pobres. Surgió el Programa Integral para el Desarrollo Rural, el primero en la memoria nacional de combate a la pobreza. Echeverría lo presentó como un alivio para el desequilibrio generado por la estrategia económica que privilegió la industrialización y la agricultura de exportación, mientras la población asentada en las regiones agrícolas se empobrecía. Pero no lo logró. Sobre ese programa tampoco hubo fiscalización, ni medición de resultados. La escena de la pobreza en México persistió tan nítida como antes.
En la era echeverrista, la confrontación fue un signo. El mandatario acumuló frases como “emisarios del pasado”, “enemigos de México”, “agentes del imperio” o “la única crítica que se acepta es la autocrítica”. A los medios críticos les respondió con el epíteto de “aparatos al servicio de intereses antinacionales”. El 8 de julio de 1976, del Excélsior fueron destituidos el director Julio Scherer García y varios periodistas. Fuera del periódico, el grupo formó la revista política Proceso.
