Pilares de la comunidad
Javier Campos, de 79 años, y Joaquín Mora, de 80, fueron asesinados dentro de la iglesia junto con el guía Pedro Eliodoro Palma.
"¡Cuántos asesinatos en México!", exclamó entonces el papa Francisco -un jesuita- al expresar su "dolor y consternación" por el crimen.
Cristina Domínguez, una voluntaria que limpia el lugar, recuerda la presencia reconfortante de Campos, a quien llamaban coloquialmente "el gallo" por su perfecta imitación del canto del ave.
"Tengo un hijo que desapareció hace 12 años. Cuando eso pasó, el padrecito vino a mi casa, con sus palabras de consuelo me ayudó mucho", evoca Domínguez.
A tres horas de Cerocahui, los jesuitas atienden una clínica para la comunidad rarámuri en Creel, un pueblo turístico y escala del legendario tren "Chepe", que desciende desde las alturas de Chihuahua hasta la costa del Pacífico.
"Aparte tenemos la oficina de derechos humanos que me toca presidir", explica el padre Javier Ávila en su despacho, cuyas paredes revestidas de madera están decoradas con una impresionante colección de crucifijos tallados a mano.
Ávila lamenta que el asesino siga libre, pese a la captura de varios supuestos miembros de su banda criminal. "Para mí no es presunto, es el responsable", añade el padre que desde hace un tiempo tiene una escolta de seguridad.
Se refiere a José Portillo, apodado "el Chueco", de unos 30 años y vinculado, según medios locales, con el cártel de Sinaloa.
Según el padre Jesús, el criminal baleó a los curas cuando perseguía a un enemigo.