Hace algunos años en muchas partes de Latinoamérica se dio una ola de victorias electorales de partidos de izquierda. Con países como Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina, Nicaragua y Bolivia, se presentaba un escenario en que adeptos a los impulsos de gobiernos como los de Cuba parecían tener un alto sentido de atracción en sus respectivos electorados. Esa ola impactó a otros países a los que les pasó lo mismo y así cayeron en esa inercia naciones como México y Chile. Incluso se gestó un plan llamado Foro de Sao Paulo en que se promovía activamente la inmersión en toda la región de esas tendencias electorales y políticas públicas de corte de izquierda. Pero afortunadamente, a pesar de unos años de cambios, ese plan no tuvo el éxito que se plantearon sus autores originales.
Así tenemos que hoy la realidad que se debe describir. En ese sentido estos gobiernos de izquierda tienen una serie de factores comunes. El principal problema es su incapacidad para dar resultados. Eso se debe a que no logran ni entender ni atender las necesidades reales del electorado. Es ese desgaste el que detona la imperiosa necesidad de desenmascarar a quienes dicen querer hacer algo bueno por el país y a la vez reconocerse que son expertos en despilfarrar recursos, buscar nulificar disidencia, desequilibrar finanzas públicas, erosionar confianza empresarial, reducir o imposibilitar el crecimiento económico, polarizar a la población, buscar la concentración de poder, atacar a los medios críticos, y en general favorecer una visión única de la forma de gobernar. Una forma destructiva en todo su andar.
Esas inercias que se multiplicaron en las últimas dos décadas han empezado a generar movimientos pendulares importantes dado que la población ya no resiste más los abusos perpetrados y la pauperización resultante en casi todas las naciones involucradas. Tenemos así ejemplos muy relevantes para entender el impacto de estas tendencias. Quizá el más extremo es el caso de Venezuela en que ya a casi 3 décadas de distancia el país está totalmente destruido y el que no respeta los resultados electorales, el Dictador Maduro, simplemente se sostiene de facto. Pero el mundo tiene la vista puesta, y más ahora que se otorgó el Premio Nobel de la Paz a la disidente María Corina Machado que ha denunciado todos los abusos y formas anti-democráticas de ejercer las tareas de gobierno.
Ecuador es otro país que dio un vuelco hacia la derecha cuando después de varios turnos por parte de personas como Correa se despegaron de dichas alternativas puesto que se demostró que la verdadera vocación correspondía a tener narrativa de temas populares, pero en los hechos dejar al país en condiciones muy pobres y con grandes huecos en finanzas públicas. Un país que optó por otra vertiente de gobierno.
En Bolivia el desgaste del gobierno que encabezó en varias ocasiones Evo Morales durante un par de décadas finalmente este año desencadenó un rechazo generalizado. En la elección más reciente el partido del mismo líder boliviano pasó de tener participaciones y victorias con el 90% del electorado a un visto bueno de tan solo el 3%. De ese tamaño el descalabro y caída en las preferencias entre los bolivianos.
Otro caso importante es Chile. En este caso el gobierno de Boric no pudo consolidar una inercia favorable en su desempeño. Incapaz de impulsar los cambios constitucionales por un rechazo popular a ir por una alternativa socialista, el desgaste en su desempeño provocó este fin de semana pasado que el electorado se moviera a elegir a José Antonio Kast, una opción de derecha, desechando en la segunda vuelta electoral a la candidata del partido comunista. Un cambio de rumbo evidente.
Vienen en un futuro cercano procesos electorales en países como Colombia y Brasil en que igualmente se espera que el desgaste de esos gobiernos permitan un cambio en los dirigentes de dichos países, tanto en congresos como el poder ejecutivo. La situación es crítica dado que las economías no crecen y los problemas son mayores en cuanto a demandas sociales. La retórica pierde potencia cuando los gobiernos no funcionan.
La realidad es que esto de hablar de izquierdas y derechas es hasta cierto punto un tema que ha perdido vigencia plena. Pero lo cierto es que sí hay ciertos rubros de orientación ideológica y de políticas públicas que son propias de una u otra vertiente de gobiernos. Parecería ser que la principal diferencia tiene que ver con el hecho de que los gobiernos de izquierda quieren tener poderes públicos con mucho más funciones y alcances, desplazando a la iniciativa privada y restringiendo derechos de particulares. Por el otro lado los gobiernos de derecha prefieren dar mayor juego a ciudadanos y empresarios, dejando al gobierno a cargo de tareas esenciales. En términos más modernos me parece mejor hablar de gobiernos que den resultados frente a los que solamente se dedican a dar excusas. Al final del día lo que el electorado en cualquier nación requiere es que haya instituciones sólidas, derechos humanos plenos y respetados, movilidad social real, finanzas públicas sanas, economías con crecimiento, certeza para la inversión, piso parejo, infraestructura de clase mundial, y en general mejores condiciones de vida. Todo lo demás es académico.
Esto nos lleva a considerar nuestro país. Para ello es obligado referirse al contenido del discurso que promovió María Corina Machado (a través de su hija) en el momento de recibir el Premio Nobel de la Paz 2025. Y es que la descripción de la forma en que en Venezuela fueron socavadas las instituciones, las libertades, y la democracia misma, son peligrosamente coincidentes con lo que en México se ha venido suscitando. Quizá la única diferencia es que lo que en Venezuela tomó más de 20 años destruir, en nuestro caso la velocidad es delirante pues en tan solo 7 años están a punto de completar todo el proceso de extinguir una nación con perfil democrático para pasar a una con tintes dictatoriales y sin elecciones libres. Vernos en ese espejo es vital para que dimensionemos los reales riesgos que vivimos.
Y por ello es que toda esta reflexión viene a ser relevante por razones de peso para México. Lo primero es porque estamos a fines de año y hay que revisar lo que ha sucedido en los últimos 12 meses y perfilar lo que viene en 2026. Pero sobre todo porque en base a lo sucedido en el hemisferio existen elementos sólidos para considerar que un vuelco y cambio de rumbo es no solamente viable, sino deseable y oportuno. La posibilidad de que haya un movimiento pendular es sintomático porque no teniendo en México sino solamente una deriva autoritaria, entonces tenemos una oportunidad relevante de corregir el rumbo y hacer lo que ya se ha demostrado posible y real en muchas otras naciones en Latinoamérica.