En la última década, la Generación Z (Gen Z) ha emergido como un actor relevante en la transformación de la protesta social. En países como Nepal, Madagascar o Perú, la ola de descontento generacional provocó la renuncia de presidentes y primeros ministros; en Indonesia cambiaron a los responsables de las carteras de economía y seguridad; en Perú, modificaron las leyes sobre pensiones y exigieron mejores servicios públicos. En otros casos, los resultados concretos no han sido tan relevantes, pero sí lograron articular y visibilizar sentimientos de indignación y hartazgo de las juventudes frente a gobiernos corruptos, despóticos y negligentes que desatienden las preocupaciones de una generación numerosa. Al final, algunos de estos movimientos se fragmentaron, fueron capturados políticamente, los desacreditaron o intimidaron.
Generación Z. La juventud alza la voz y reconfigura los movimientos de protesta social
Aunque en general los resultados son diversos, estos movimientos podrían estar trazando nuevas pinceladas en la composición de la protesta social a nivel global. Siguiendo el modelo de Anthony Oberschall (Social Movements: Ideologies, Interest and Identitities, 1993), que ayuda a explicar la formación y crecimiento de los movimientos sociales, advertimos algunas características novedosas en el movimiento global de Gen Z: (i) organización horizontal y sin liderazgo; (ii) interpretación (o frame) basada en narrativas culturales y generacionales, en general apartidistas; (iii) una ventana de oportunidad política centrada en la hiperconectividad y (iv) una legitimidad moral del Estado cuestionada desde el hartazgo ciudadano hacia los gobiernos y sus instituciones.
La dimensión organizativa es, quizá, la dimensión más innovadora, aunque vulnerable. Gen Z privilegia estructuras horizontales, sin líderes visibles, coordinadas en entornos digitales. Esta descentralización, potencia la participación pero complica la negociación y la sostenibilidad. Movimientos como el Girasol en Taiwán o las recientes protestas en México muestran que la ausencia de liderazgo formal deriva en fragmentación o cooptación por actores externos. En México, particularmente, la falta de liderazgo podría dificultar el proceso de un cambio, debido justamente a la dificultad de sostener las peticiones y demandas.
Otro elemento innovador es su marco interpretativo o la manera en la que perciben sus circunstancias. Con lemas tales como “que se vayan todos” (Perú), “Sin miedo, sin silencio, con causa” (México),”Primero a la gente, no a los privilegios” (Timor Oriental) y “suficiente es suficiente” (Nepal), se apela a la ética y la justicia, y se refuerzan las demandas de transparencia, autonomía y apartidismo; reflejan hartazgo ante gobiernos capturados por élites corruptas, ineficientes y escasamente reactivas ante las graves crisis ambientales, laborales, sanitarias, educativas, etc. Incluyen también símbolos culturales como es la bandera One Piece, una pieza de manga y anime japonés, el cuál no tiene un vínculo directo con la política, pero que se utiliza como un símbolo identitario y de unión entre la Generación Z.
El tema central de dicho anime es la libertad absoluta y la búsqueda de un ideal, lo que conecta de manera instantánea con la Generación Z, ya que debido a la realidad en la que viven, inmersos en la desigualdad, corrupción, negligencia, incertidumbre e inseguridad, desean manifestarse. Asimismo, en el anime, esta bandera unifica a toda la tripulación del Sombrero de Paja, un grupo de jóvenes complemente diversos que buscan protegerse los unos a los otros a toda costa, lo que genera un sentimiento de lealtad, unidad y solidaridad entre la juventud. Además, el símbolo de los piratas representa una actitud revisionista y rebelde, la cual busca redefinir el status quo del orden internacional. Este símbolo ha cautivado a los jóvenes que cuestionan profundamente la legitimidad del Estado y su carácter moral.
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En este punto, se debe reconocer que la Gen Z no es única y su movimiento no es el primero en la historia. Actualmente podemos identificar otros movimientos que cuentan con algunas de estas mismas características como la Primavera árabe (2010- 2013) en Medio Oriente y Norte de África, que culminó con el derrocamiento de Hosmi Mubarak en Egipto y Ben Ali en Túnez; la Revolución de los pingüinos en Chile (2006) y el posterior estallido social (2009), que transformó el debate sobre derechos sociales en América Latina yllevó a una reforma educativa y un plebiscito para una nueva constitución o la Revolución de los paraguas en Hong Kong (2014), aunque fracasó, marcó la pauta de tensiones y conflicto entre la sociedad hongkonesa pro-democracia y el gobierno que reside en Beijing. Todos estos movimientos han reestructurado la política estatal de alguna u otra forma.
Sin embargo, Gen Z cuenta con lo que se llama oportunidad política, es decir, la capacidad impulsar movilizaciones de manera acelerada, al vincular una poderosa ventana digital con una serie de crisis estructurales globales y encadenadas —climática, democrática, de seguridad, polarización y desconfianza institucional etc.— En México, la muerte del alcalde de Uruapan catalizó un movimiento nacional en cuestión de días. Las redes sociales son el gran acelerador y pueden generar un efecto dominó: TikTok, X e Instagram permiten convocatorias masivas, viralización de mensajes y creación de comunidades transnacionales. Además, al visibilizar la existencia de movimientos exitosos en algunas partes del mundo, amplían la ventana de oportunidad e incentivan nuevos movimientos, como fue el caso de Nepal inspirado en movimientos antigubernamentales del Sudeste asiático, específicamente Sri Lanka (2022) y Bangladesh (2024).
Pero, claramente, el punto más relevante de estos movimientos es la legitimidad. Sin legitimidad no hay obediencia. Las ideas sobre la justicia o la injusticia, lo correcto y lo inaceptable dan cuenta de cómo las personas construyen o enmarcan sus interpretaciones, evalúan sus circunstancias, definen los temas públicos y demandan acción pública. Max Weber estableció que el cumplimiento o la obediencia descansa en la creencia o convicción de que la autoridad se sustenta en una creencia considerada como aceptable o válida. Si no se cree que el gobierno hace lo correcto, queda entonces desprovisto de legitimidad y, para sostenerse, no podrá sino recurrir al uso de la fuerza.
Más allá del actual movimiento conocido como Gen Z, parece claro que se está consolidando un descontento global de nuevo cuño. Si se pensaba que el clivaje sustantivo estaba en la batalla entre movimientos políticos liberales e iliberales, o derecha e izquierda, ahora muchos jóvenes no parecen darles importancia a esas etiquetas. Más allá de esto, pareciera basarse en una lógica simple y efectiva: lo que funcione debería ser lo correcto. Este “efectivismo” puede no tener un futuro de largo plazo sin fórmulas políticas y sociales concretas para hacerlo realidad en un mundo políticamente diverso y con problemas graves muchos de ellos trasnacionales y basados en sólidos dilemas de acción colectiva. Sin embargo, sus raíces son nuevas, particulares y pueden llegar a ser revulsivos importantes de crisis y cambios.
De modo que, se necesita comprender mejor y estudiar con mayor cuidado estos movimientos aparentemente acéfalos, sus capacidades reales de movilización, sus dificultades para fortalecerse y sostenerse y las posibilidades de que sean reprimidos o capturados políticamente.
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Nota del editor: Jaime Abadi es estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Laura Zamudio es profesora de tiempo completo del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a los autores.