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Bloque guinda

El bloque negro no es un enemigo del poder. Es un instrumento que el poder utiliza cuando lo necesita. Aparece solo cuando la protesta incomoda y desaparece cuando la protesta favorece al gobierno.
lun 24 noviembre 2025 06:03 AM
marcha generacion z
Siempre están presentes en las marchas que incomodan al gobierno, como las feministas, las del 2 de octubre, las de Ayotzinapa, las universitarias, las protestas contra la gentrificación y ahora la marcha de la Generación Z el #15N, apunta Jorge Triana. (Foto: Luis Cortes/REUTERS)

En cada marcha importante en la Ciudad de México aparece el mismo fantasma. Todos lo conocen como el "bloque negro", aunque cada vez resulta más evidente que el color real podría ser otro. Un grupo encapuchado, coordinado y vestido de negro entra en acción justo cuando la protesta comienza a incomodar al poder, y quienes pagan las consecuencias nunca son ellos, sino los manifestantes legítimos.

Los antecedentes no comienzan con el #15N ni con las marchas feministas. Desde finales de los noventa existían grupos anarquistas ligados a estudiantes de la UNAM, del Politécnico, de Chapingo y de otras escuelas, sin nombre pero con fama de radicales. La etiqueta formal apareció el 1 de diciembre de 2012, durante la toma de protesta de Peña Nieto, cuando un contingente violento y articulado, relacionado con la "Acampada Revolución" y con sectores extremos de #YoSoy132, protagonizó vitrinas rotas, incendios y enfrentamientos en San Lázaro y el Centro Histórico. Desde entonces, el "bloque negro" forma parte del paisaje político de la capital.

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El patrón de sus apariciones es tan evidente que ya nadie lo cuestiona. Siempre están presentes en las marchas que incomodan al gobierno, como las feministas, las del 2 de octubre, las de Ayotzinapa, las universitarias, las protestas contra la gentrificación y ahora la marcha de la Generación Z el #15N. En cambio, no existen en las concentraciones organizadas por Morena ni en los mítines a favor de López Obrador o de Claudia Sheinbaum. Nunca aparecen cuando la causa favorece al poder. Los casos recientes lo confirman.

En la protesta contra la gentrificación del 21 de julio vandalizaron instalaciones de la UNAM y comercios enteros sin un solo detenido importante. En la última marcha del 2 de octubre saquearon joyerías y negocios, destruyeron mobiliario urbano y golpearon policías, incluso prendiéndoles fuego, sin que hubiera capturas relevantes. La Fiscalía presume tener identificados a 31 miembros del bloque, con 40 carpetas y órdenes de aprehensión, pero no ejecuta ninguna. La información existe, la acción nunca llega.

El #15N esta lógica se exhibió con mayor descaro. En cualquier protesta riesgosa el gobierno instala filtros de revisión en salidas del Metro y accesos al Centro Histórico para decomisar palos, martillos, picos y herramientas. Esa tarde no hubo un solo filtro. Al mismo tiempo el Zócalo fue cercado por completo, no solo con la valla tradicional de Palacio Nacional, sino con calles bloqueadas mediante enormes bloques de cemento, dejando una sola entrada y convirtiendo la plaza en un embudo humano. Cuando los manifestantes llegaron, los encapuchados ya estaban dentro.

Testimonios hablan de tres grupos operando antes de que arribara el contingente. Las imágenes muestran a encapuchados saltando desde el interior de las vallas hacia afuera y avanzando en formación táctica, con la mano en el hombro, moviéndose como unidades entrenadas. No eran improvisados ni jóvenes radicalizados por redes sociales. Estaban colocados para iniciar la confrontación.

Después de derribar la valla y lanzar piedras contra el grupo antimotines se produjo lo más revelador. Los policías no respondieron contra ellos, sino contra los jóvenes que protestaban pacíficamente. Las imágenes muestran pedradas devueltas hacia la multitud, golpes contra manifestantes tirados en el suelo, embates con escudos contra mujeres, gas lanzado contra los manifestantes y detenciones arbitrarias. El bloque negro provocó. El gobierno aprovechó el pretexto.

Mientras los verdaderos responsables se replegaban, la policía detuvo a jóvenes que nada tenían que ver con esas tácticas. Dieciocho personas fueron vinculadas a proceso, entre ellas un empleado del propio gobierno capitalino, varios estudiantes, un misionero cristiano y varios jóvenes foráneos. Ninguno portaba herramientas o armas ni coincide con los nombres que la Fiscalía afirma tener identificados como miembros del bloque negro.

El abogado Ricardo Colorado, defensor de la mayoría de los detenidos, asegura que en realidad fueron por lo 27 detenidos, que los delitos están sembrados y que las acusaciones de tentativa de homicidio son insostenibles cuando las lesiones de los policías sanan en menos de quince días. Afirma que varios ni siquiera protestaban y que fueron arrestados al azar para sostener la narrativa oficial. Denuncia tortura, golpes, amenazas y tratos degradantes. Y sostiene con claridad que ninguno de sus clientes pertenece al bloque negro, mientras los verdaderos provocadores, infiltrados y porros siguen sin ser buscados.

Con todo lo que ha ocurrido, la conclusión es inevitable. El bloque negro no es un enemigo del poder. Es un instrumento que el poder utiliza cuando lo necesita. Aparece solo cuando la protesta incomoda y desaparece cuando la protesta favorece al gobierno. La impunidad es total, la protección es evidente y la funcionalidad política es descarada. Por eso, después de tantos años de verlo actuar siempre a favor del mismo beneficiario, quizá ya ni siquiera tenga sentido llamarlo bloque negro. Es posible que ese color nunca haya sido el verdadero. Tal vez, al final, descubramos que el bloque que todos creímos negro siempre fue guinda.

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