Sinaloa brilló por su ausencia en el discurso de la presidenta Sheinbaum con motivo de su primer año de gobierno y también en la cobertura mediática del evento. Raudel Ávila señaló con acidez este incómodo silencio en la intervención de la mandataria frente a sus seguidores en el Zócalo. Fuera de él, pocos comunicadores en la prensa nacional lo notaron.
El riesgo de un nuevo Sinaloa

Salvo honrosas excepciones, los medios basados en la Ciudad de México no han considerado prioritaria la crisis de violencia en Sinaloa. Lo mismo ha ocurrido con los políticos del orden federal: salvo contados casos, la crisis sinaloense no entra en su agenda de prioridades. Para el oficialismo, es conveniente que el tema mantenga bajo perfil, mientras que las oposiciones siguen desarticuladas sin saber cómo desempeñar su nuevo papel de minoría en el emergente régimen de partido hegemónico.
La prensa local (de manera destacada el diario Noroeste y su director Adrián López), algunos medios internacionales (como El País con periodistas como Marcos Vizcarra, Pablo Ferri y Mónica González) y algunos legisladores (como Gibrán Ramírez de Movimiento Ciudadano) han hecho esfuerzos destacados para llevar el tema a la agenda pública nacional. Sin embargo, los medios nacionales siguen considerando la crisis sinaloense como un asunto secundario y la presidenta puede tener el descaro de ni siquiera mencionar el tema en su discurso de un año de gobierno. ¿Por qué?
La indolencia frente a la crisis sinaloense es posible debido a que los políticos federales y la prensa nacional observan lo que ocurre en esa entidad como algo remoto y excepcional, algo que no se podría replicar cerca de la Ciudad de México y que se gestó en Sinaloa precisamente por las condiciones únicas de ese lugar, concebido como la cuna histórica del narcotráfico.
Es un grave error. Lo que está ocurriendo en Sinaloa podría replicarse en otras entidades. La presidenta Sheinbaum y Omar García Harfuch presumen constantemente que la nueva estrategia mexicana de seguridad se basa en la inteligencia. Por eso, espero que su indiferencia ante Sinaloa sea más una táctica de política real para no dotar de baterías a las oposiciones que una actitud genuina.
Si en efecto la inteligencia tiene tanto valor en la política de seguridad, la mandataria y su zar de seguridad deberían saber que la crisis sinaloense no necesariamente es un caso aislado. Si bien hay dinámicas estatales de largo aliento y cambios en el mercado internacional de las drogas que explican el estallido de la violencia en Sinaloa, el detonador inmediato de este proceso fue la captura de El Mayo y el simultáneo asesinato de Héctor Melesio Cuén (que, por cierto, sigue sin esclarecerse). A partir de ese momento, se agravó el conflicto entre distintas facciones del Cártel de Sinaloa y las autoridades locales y federales han mostrado su impotencia frente a esta “guerra interna”, dejando en el desamparo a millones de ciudadanos en Sinaloa.
En sus calidades de principal líder criminal con una vocación de negociación política y de experimentado líder político local con interlocución con todos los factores reales de poder de la entidad, El Mayo Zambada y Héctor Melesio Cuén eran los principales garantes de la frágil estabilidad local de Sinaloa. Ante su ausencia forzada por un asesinato político que no se ha investigado con seriedad y por una operación irregular de las autoridades estadounidenses en colusión con grupos criminales, las facciones más violentas del Cártel de Sinaloa encontraron terreno libre para resolver sus conflictos de manera más agresiva y el estado perdió a los personajes capaces de sentarse a negociar para apaciguar ese tipo de conflictos.
Insisto, no debemos ignorar cómo los cambios en el mercado global de drogas, en la política de Washington para combatir el fentanilo, en la demanda de los consumidores estadounidenses y en las dinámicas del crimen organizado mexicano afectaron los acuerdos irregulares que mantenían cierto nivel de estabilidad en Sinaloa. Pero lo que terminó por derribar esos arreglos informales de gobernabilidad local fue la captura de El Mayo y el homicidio de Cuén.
Parafraseando la explicación del “error de diciembre”: la gobernabilidad local de Sinaloa estaba sostenida por alfileres y esa captura y aquel asesinato se los quitaron. Pero Sinaloa no es el único estado (semi)gobernado por esos acuerdos informales. Los equilibrios locales de poder y los mecanismos regionales de gobernabilidad —sostenidos por alfileres— son similares en muchas entidades de la república. Si el gobierno mexicano cede ante las presiones de Trump de lanzar una guerra ciega contra los “cárteles” sin considerar el factor de la gobernabilidad local, entonces el país puede tornarse aún más ingobernable de lo que ya es, con múltiples crisis regionales de violencia parecidas a la sinaloense.
Así como el Che Guevara quería “crear dos, tres … muchos Vietnam”, el gobierno de Sheinbaum debe evitar producir “dos, tres …muchos Sinaloas”. A la Casa Blanca poco le importará que miles de mexicanos mueran y desaparezcan por la guerra contra el narcotráfico; a Palacio Nacional sí debería importarle. Esperemos que Sheinbaum y Harfuch tengan en cuenta el riesgo de un nuevo Sinaloa en la planeación de su política de seguridad.
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Nota del editor: Jacques Coste es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.