La nueva serie documental PRI: Crónica del fin dirigida por Denise Maerker está en boca de todos. El título promete: a todo mexicano politizado le interesa entender por qué cayó el “partidazo” y cómo fue que pasó de ser una maquinaria política formidable a ser la caricatura en la que se ha convertido bajo el liderazgo de “Alito” Moreno.
PRI y Morena; continuidad con cambio

Quienes nacimos en los años 90 o antes tenemos respuestas tentativas a estas preguntas, respuestas que llevamos escuchando por décadas en la mesa de la comida familiar, en las charlas de café o en las conversaciones de cantina: que si la nacionalización de la banca de López Portillo, que si la pugna entre políticos y tecnócratas con De la Madrid, que si el descontrol de esas rencillas internas con Salinas, que si el asesinato de Colosio, que si el error de diciembre, que si el talante democrático de Zedillo.
Después, adelantamos el cassette y la corrupción y la frivolidad de Peña Nieto junto con el mal manejo del caso Ayotzinapa sepultan al PRI justo cuando parecía estar renaciendo de las cenizas. Ahí están todas las explicaciones que necesitamos: una sucesión de puntos de ruptura que narra el deterioro del PRI y el ascenso de López Obrador.
Lejos de retarla o revisarla, el documental de Maerker ratifica y refuerza esta narrativa. Quien espere obtener nuevas respuestas para entender el declive del PRI debe buscarlas en otra parte.
Pero no por eso el documental es irrelevante. El simple hecho de incluir las voces de los protagonistas de una historia que ya conocíamos pero que habíamos construido con base en revelaciones periodísticas, investigaciones académicas y rumores callejeros es en sí mismo valioso.
El documental incluye entrevistas largas con personajes como Carlos Salinas de Gortari, Elba Esther Gordillo, Enrique Peña Nieto, Manlio Fabio Beltrones, Beatriz Paredes y Emilio Chuayffet, entre muchos otros. El contraste de las entrevistas a políticos profesionales que se formaron en el “PRI clásico”, como Salinas, Paredes y Beltrones, y las intervenciones de políticos del “nuevo PRI”, como Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, Alfredo del Mazo Maza y Aurelio Nuño, no podría ser mayor.
En los primeros, se nota una formación política robusta y el gran respeto por las formas que imperaba en el sistema político posrevolucionario. Además, se percibe un sentido sofisticado de la historia y la política: una conciencia de por qué militaban en el PRI y por qué tomaron determinadas decisiones políticas en ciertas coyunturas históricas. El poder, a sus ojos, debía ejercerse con responsabilidad histórica: es decir, con una lectura del pasado, respondiendo a los retos del presente y con una visión de futuro. Como ciudadanos podemos estar en desacuerdo con la manera de ejercer ese poder y de visualizar esa responsabilidad, pero el hecho es que al menos los políticos se preguntaban por su papel en la historia.
En estos políticos profesionales, también se notan reminiscencias de esa cultura política del secretismo que acompañaba al PRI clásico: hasta hoy, evitan decir los nombres de sus rivales en las riñas internas del partido y cuidan la reputación de sus copartidarios, incluso cuando saben que es indefendible. Más aún, evitan revelar información verdaderamente novedosa de los hechos más controversiales del pasado que analizan. Los entrevistados no ofrecen nada nuevo sobre el asesinato de Colosio o sobre el error de diciembre. El secretismo se mantiene.
La frivolidad y la superficialidad de Peña Nieto, Osorio Chong, Del Mazo y Nuño marcan un contraste total con sus antecesores. Su análisis de por qué falló su gobierno carece de toda autocrítica y profundidad. Su desparpajo al hablar de sus fracasos y su manera de culpar a las coyunturas muestran su irresponsabilidad y su falta de sentido histórico. Especialmente, Del Mazo y Peña, y peor aún Alito Moreno en sus breves apariciones, parecen juniors a los que les divierte tener posiciones de poder sin ningún tipo de preocupación por la trascendencia de sus decisiones.
Beatriz Paredes resume el abismo que separa a los juniors y los políticos profesionales en una de sus intervenciones en el documental: “Tienes dos dimensiones de políticos: los políticos que entienden la dimensión histórica de su responsabilidad y los que sólo entienden la dimensión política de su responsabilidad. Quien entiende la dimensión histórica (…) construye de otra manera”.
Otro hilo analítico interesante que un observador avispado puede jalar del documental con un poco de esfuerzo (ya que la serie no lo explora a profundidad ni explícitamente) es la continuidad entre el PRI clásico (el que sobrevivió al asedio de los tecnócratas) y Morena (al menos bajo López Obrador). Incluso, uno de los cuadros más relevantes de Morena, Marcelo Ebrard, entrevistado en el documental en calidad de discípulo estrella de Manuel Camacho Solís, lo acepta en una de sus intervenciones, cuando dice que López Obrador le robó su relato histórico al PRI y lo readaptó para crear un poderoso discurso político de talante popular y nacionalista.
Visto con estos ojos, el documental narra la caída del PRI como partido y la “continuidad con cambio” del priismo como cultura política. Estudiar esas continuidades y esos cambios nos tocará a los historiadores. Es una tarea urgente para entender nuestro presente y el futuro político del país.
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Nota del editor: Jacques Coste es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.