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No estamos tan bien. Y podemos ir peor

Si los próximos años prevalecen continuidades propias del retroceso democrático —como el desdén a las madres buscadoras— las llamas del crimen organizado avanzarán antes que sofocarse.
jue 04 septiembre 2025 06:04 AM
Homicidios dolosos en México han disminuido de manera anómala: "Es ficción"
Las cifras de homicidio doloso por sí solas no permiten estimar la magnitud de la violencia letal. No capturan el deterioro institucional de policías y fiscalías y mucho menos problematizan las tácticas de ocultamiento de cadáveres por parte del crimen organizado, apunta Armando Vargas.

A un año del mandato de la presidenta Claudia Sheinbaum, el cambio más notorio en la estrategia de seguridad pública ha sido el final de la política de “abrazos, no balazos”. Ello ha dejado notables resultados en lo que se refiere al debilitamiento operativo del crimen organizado. Notables por evidentes, no por efectivos per se.

Empero, hay continuidades nocivas. Entre ellas, la gestión de la violencia letal a partir de su negación y ocultamiento, y el abandono estructural de las policías municipales y fiscalías. Si además consideramos que la prevalencia de los apoyos económicos no condicionados son muchas veces las únicas estrategias de prevención social, queda claro por qué en varias regiones del país nos mantenemos muy lejos de la pacificación.

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Una estrategia con trasfondos políticos

Ninguna política pública ocurre en el vacío. Sucede en un contexto político que determina en buena medida su contenido, a menudo termina devorando sus principios técnicos, y relega el interés social a un segundo plano. Es el caso de la estrategia de seguridad pública de la presidenta Claudia Sheinbaum. Desde hace un año, tres coyunturas moldean el contenido central de su política de seguridad.

Primero, la campaña expansionista de Donald Trump, quien ha hecho de la seguridad pública el principal pretexto para extorsionar a los gobiernos de la región e imponer sus intereses. Es un pretexto porque al mandatario de Estados Unidos le importa poco la seguridad de América Latina. Su prioridad es ampliar la influencia política y económica de su país.

Segundo, la clara división, al interior de Morena, entre el claudismo y el lopezobradorismo. Ambas facciones buscan imponerse de cara a las elecciones de 2027, y ciertamente desde este momento rumbo a la sucesión presidencial. En tal disputa hoy la presidenta lleva mano gracias al deterioro de personajes como Adán Augusto y Fernández Noroña.

Tercero, el reacomodo del régimen criminal a raíz de la caída del Mayo Zambada. Este fenómeno, que ha dejado una ola de violencia delictiva que se ha expandido por más de un año a varias regiones del país, trastoca la configuración del poder real a nivel de los territorios locales —es decir, las relaciones entre actores políticos y criminales.

El final de abrazos no balazos

Ante dichas coyunturas, en materia de reacción y contención, la presidenta Sheinbaum emprendió un combate decidido al crimen organizado a través de su debilitamiento operativo con un componente característico a nivel discursivo y ejecutivo: la inteligencia. Una decisión con bastante lógica política que le permite a la mandataria diferenciarse notablemente de su antecesor. Únicamente en los primeros 100 días de su administración, los operativos del Gobierno federal contra el crimen organizado incrementaron 600% frente al mismo periodo de la gestión pasada.

Los resultados también son evidentes. El secretario de seguridad, Omar García Harfuch, con frecuencia informa del arresto de miles de presuntos criminales, el decomiso de miles de armas y la incautación de miles de toneladas de mercancías ilícitas.

A lo anterior hay que sumarle la extradición a Estados Unidos de decenas de criminales de altísimo calibre de diversas organizaciones. Los números dan crédito a la presidenta para ir sorteando las coyunturas políticas; pero no son suficientes para sortear las crisis sociales.

Continuidades nocivas

El final de “los abrazos no balazos” es un paso adelante contra la impunidad, mas no suficiente. Por desgracia, hablando estrictamente en términos técnicos, la presidenta ha dado continuidad a directrices nocivas para la construcción de seguridad. Una de las más graves es la negación del estado actual de la violencia en el país.

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Las cifras de homicidio doloso por sí solas no permiten estimar la magnitud de la violencia letal. No capturan el deterioro institucional de policías y fiscalías y mucho menos problematizan las tácticas de ocultamiento de cadáveres por parte del crimen organizado. Cuando se consideran otros indicadores de violencia letal, como las personas desaparecidas y no localizadas, es imposible hablar de un proceso de pacificación generalizada. En el norte, centro y sureste del país encontramos territorios azotados por la violencia del crimen organizado. De acuerdo con el monitoreo que mes con mes publicamos en México Evalúa , en un año la violencia letal incrementó 74.2% en Sinaloa, 28.4% en Hidalgo, 26.2% en CDMX, 24.8% en Nayarit, y 22.6% en Baja California Sur, por mencionar algunos casos.

No cabe duda que el debilitamiento del crimen organizado es un aspecto positivo en el primer año de gestión de la presidenta Sheinbaum. Pero si prevalece la negación de los problemas y otras inercias propias del retroceso democrático, como el abandono de policías y fiscalías o el desdén a la sociedad civil —incluyendo a colectivos de madres buscadoras y centros defensores de derechos humanos—, las llamas del crimen organizado avanzarán antes que sofocarse.

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Nota del editor: Armando Vargas ( @BaVargash ) es doctor en Ciencia Política, profesor universitario en la UNAM y coordinador del programa de seguridad pública de México Evalúa ( @mexevalua ). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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