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Y un año después, la paz continúa en manos del crimen

En Sinaloa, la guerra avanza entre dos posibles desenlaces: el dominio de uno de los grupos criminales o la reconstrucción del Estado de derecho. Todo indica que prevalecerá el primero.
jue 24 julio 2025 06:05 AM
Ataque Armado Culiacán
Nadie podría negar que, ante el poder de fuego que hoy exhiben los grupos criminales en Sinaloa, como en todo el país en realidad, la presencia de las Fuerzas Armadas resulta, en principio, necesaria, apunta Armando Vargas.

Mañana se cumple un año desde que estalló abiertamente la guerra entre “Los Mayos” y “Los Chapos”. Ese solo hecho basta para evidenciar el fracaso de la estrategia de seguridad. La persistencia del conflicto, su expansión más allá de Sinaloa hacia estados como Sonora, Chihuahua y Nayarit, y la entrada en escena del Cártel Jalisco Nueva Generación, dejan claro que la paz regional no depende del Estado, sino del humor criminal.

La escena actual es, en buena medida, herencia de la administración pasada, que optó por pacto tácito antes que la reconstrucción institucional, sin embargo, también comienza a ser consecuencia de omisiones puntuales de la gestión actual.

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Violencia descontrolada

El domingo pasado, Omar García Harfuch informó que, entre octubre de 2024 y la primera quincena de julio de 2025, el gobierno federal ha detenido a 1,487 personas en Sinaloa, decomisado 3,003 armas de fuego, desmantelado 91 laboratorios de metanfetamina y asegurado más de 53,000 kilos de droga. A esto se suma la presencia de 11,000 elementos de las fuerzas armadas. Según el máximo responsable de la seguridad del país, estos operativos buscan “darle tranquilidad a la ciudadanía”.

Pero los datos dicen otra cosa. Los propios datos oficiales. De acuerdo con el Inegi, Culiacán tiene hoy la segunda percepción de inseguridad más alta del país (89.7%), sólo por detrás de Villahermosa, Tabasco (90.6%). Y no se trata solo de percepción. De acuerdo con el indicador compuesto de violencia letal de México Evalúa , Sinaloa es la entidad con el incremento más alto a nivel nacional, de 2024 a 2025, considerando el primer semestre de ambos años: 79.1%. Al desmenuzar las cifras, los resultados son escalofriantes. En el mismo periodo, los feminicidios incrementaron 122.2%, las desapariciones, 151% y los homicidios dolosos, 266%. Los operativos no están cumpliendo su finalidad última.

Fuerza, pero sin reconstrucción

Nadie podría negar que, ante el poder de fuego que hoy exhiben los grupos criminales en Sinaloa, como en todo el país en realidad, la presencia de las Fuerzas Armadas resulta, en principio, necesaria. En estos momentos, en México no existe policía local capaz de enfrentar ese tipo de confrontaciones. Pero una cosa es reconocer su utilidad táctica y otra muy distinta es convertir la militarización en la estrategia central de seguridad. Los operativos no logran frenar la guerra porque parten de una lógica equivocada: suponen que la violencia se puede contener únicamente con despliegues masivos de fuerza.

La presencia militar no basta para desmantelar organizaciones criminales, no rompe con las gobernanzas criminales, ni reconstruye instituciones corroídas. Al contrario. Sin inteligencia territorial, sin intervención civil sostenida y sin un plan de mediano plazo, los operativos, más allá de ser visibles y espectaculares, lo único que hacen es sumar capas de violencia al conflicto.

Las omisiones que comienzan a pesar

La nueva administración heredó un territorio fracturado, con grupos criminales en abierta confrontación, sin policías y fiscalías operativas. No había de otra. Era necesario actuar de inmediato con los recursos disponibles: las fuerzas armadas. Pero tras un año en el poder —y con amplios recursos políticos y respaldo social— la omisión comienza a volverse responsabilidad. Los tres niveles de gobierno están implicados, pero el principal peso recae en el federal, que es quien concentra los recursos, las fuerzas y la conducción de la estrategia.

El problema no es la presencia militar, sino su aislamiento. No se observa una política integral que apunte a lo fundamental: desmantelar organizaciones criminales, romper las gobernanzas criminales que han capturado regiones completas y reconstruir instituciones corroídas; este punto es clave para zanjar las grietas que permiten los primeros. Por las circunstancias políticas, la militarización era el punto de partida, pero al paso que vamos, corre el riesgo de convertirse, una vez más, en coartada para no hacer lo que realmente se requiere.

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El desmarque político que necesitamos

La guerra en Sinaloa puede terminar de dos formas. Primero, con la hegemonía de uno de los grupos en disputa; un orden impuesto por las armas que no garantiza seguridad, solo la sujeción al poder delictivo. Segundo, con la reconstrucción del Estado de derecho. Uno donde las autoridades aprovechan la coyuntura para recuperar a las policías, reducir la impunidad y desmantelar las redes de gobernanza criminal.

El domingo pasado, García Harfuch afirmó que el problema todavía no está resuelto. Es cierto. La cuestión es que, después de un año, no se ve que avancemos al segundo desenlace. Tres cosas urgentes para ir hacia allá: dignificar y profesionalizar a las policías, mejorar la articulación y actuación entre policías y fiscalías y desmantelar redes de gobernanza criminal; ¿cuándo operativos Enjambre a nivel estatal y municipal en Sinaloa? ¿Cuándo comenzará la congruencia en el movimiento de la cuarta transformación?

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Nota del editor: Armando Vargas ( @BaVargash ) es doctor en Ciencia Política, profesor universitario en la UNAM y coordinador del programa de seguridad pública de México Evalúa ( @mexevalua ). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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