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#ColumnaInvitada | ¿Quién es el adversario ahora? El populismo una vez en el poder

Otra de las características más visibles del populismo en el poder es su capacidad para ofrecer un relato de transformación total.
jue 28 agosto 2025 06:03 AM
Populismo de izquierda y de derecha: riesgos y desafíos
Cuando el líder populista se instala en el gobierno, surge una paradoja: ¿cómo mantener vivo el antagonismo constitutivo si ya se ocupan las principales posiciones de poder?, señala Mauricio Polin.

La mayoría de los estudios sobre populismo se han concentrado en su papel en la oposición, cuando el dirigente se presenta como un outsider que desafía al establishment desde fuera de las estructuras tradicionales de poder. En ese escenario, el populismo funciona como una estrategia movilizadora del descontento social y de la frustración ciudadana frente a las élites gobernantes. No obstante, menos explorado —y al mismo tiempo más complejo— resulta examinar qué ocurre con esta lógica antagonista una vez que el populismo llega al gobierno.

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Aunque no existe una definición única de populismo, la literatura coincide en señalar como rasgo central la construcción de antagonismos: la división tajante entre el “pueblo virtuoso” y la “élite corrupta”. Esta confrontación no es solo un recurso retórico, sino un modo particular de articular la política. La identidad del pueblo se construye en oposición a un “otro” percibido como ilegítimo, corrupto o traidor. El antagonismo, en consecuencia, se convierte en un dispositivo eficaz para movilizar emociones, unificar demandas heterogéneas y consolidar el liderazgo político.

Otra de las características más visibles del populismo en el poder es su capacidad para ofrecer un relato de transformación total. La narrativa populista se presenta como un nuevo comienzo, como la promesa de refundar la vida pública sobre bases distintas a las del régimen previo. Este relato, que opera como horizonte utópico, permite articular emocional y simbólicamente a sectores sociales diversos bajo una expectativa común de cambio radical.

Sin embargo, cuando el líder populista se instala en el gobierno, surge una paradoja: ¿cómo mantener vivo el antagonismo constitutivo si ya se ocupan las principales posiciones de poder? La respuesta suele ser desplazar la figura del adversario hacia el interior del Estado. En particular, la administración pública —con su burocracia, órganos autónomos y marcos normativos— se convierte en un obstáculo funcional y, al mismo tiempo, en un blanco simbólico del discurso oficial.

El caso de México muestra que esta lógica no se diluye con el ejercicio del poder, sino que se reinvierte y radicaliza. La persistencia del antagonismo es clave para sostener la legitimidad popular del proyecto, y esa persistencia se logra identificando adversarios internos, como lo son tecnócratas, jueces, centros de investigación, organismos autónomos, entre otros. El resultado es una erosión del carácter neutral y profesional de la administración pública, que pasa a ser percibida como un actor político más y, por tanto, como un adversario legítimo dentro del campo de batalla política.

En el caso particular de Morena, el proyecto de gobierno se ha creado a partir de un relato fundacional que exige una transformación radical del Estado y la sociedad. Esta transformación no es presentada como una reforma administrativa o una transición incremental, sino como un punto de ruptura histórica, como una “revolución desde el poder”. “La Cuarta Transformación”, al presentarse como la continuidad de la Independencia, la Reforma y la Revolución, se erige como un proceso destinado a regenerar moralmente a la nación. El pasado reciente es descrito en términos catastróficos, lo cual habilita al presente a suspender, redefinir o ignorar los límites institucionales del régimen político previo.

Esta lógica fundacional permite una concentración simbólica del poder en la figura presidencial, al tiempo que deslegitima todo lo que no sea parte del nuevo proyecto. Se produce así una doble exclusión. Por un lado, se excluye a los opositores y a las élites tradicionales; por otro, se excluye a los actores intermedios del Estado que, aunque no abiertamente opositores, no responden directamente al liderazgo. Esta convergencia discursiva demuestra que el populismo no depende tanto de la ideología como de una forma de concebir y ejercer el poder, basada en la unificación simbólica del pueblo y la centralidad absoluta del liderazgo.

En ese proceso, se reconfigura el equilibrio entre legitimidad electoral y legitimidad institucional, se debilita el pluralismo, y se abren espacios para la discrecionalidad y la concentración del poder. Comprender esta lógica no sólo permite entender los gobiernos de Morena, sino también anticipar los riesgos estructurales que enfrenta la democracia liberal en tiempos de populismo gobernante: el vaciamiento técnico del Estado, la centralización del poder, y la subordinación de las reglas a la voluntad carismática del líder. Porque cuando el “ellos” se proyecta sobre quienes hacen funcionar al Estado, lo que está en juego ya no es solo un modelo de gobierno, sino el futuro mismo de la institucionalidad democrática y un entorno de negocios saludable y competitivo.

En este contexto, la labor de quienes nos dedicamos al análisis de asuntos públicos se vuelve estratégica para anticipar riesgos y gestionar escenarios de alta complejidad. Comprender la lógica del populismo en el poder permite identificar con antelación los puntos de tensión entre el liderazgo y la institucionalidad democrática, así como prever las áreas del Estado que podrían ser objeto de confrontación. La consultoría especializada no sólo aporta capacidad de análisis, sino también visión prospectiva para contribuir a la mitigación de riesgos y el aprovechamiento de oportunidades para el sector privado.

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Nota del editor: Mauricio Polin (@mau_polin) es consultor especializado en riesgo político en Integralia Consultores (@Integralia_Mx). Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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