Por supuesto, es un resumen apretado. Había más argumentos de uno y otro lado, así como distintas interpretaciones y variaciones sobre los puntos aquí sintetizados, pero ésos eran los ejes generales de la discusión.
Ahora bien, durante los primeros días de esta semana, hemos visto decenas de balances del resultado de la consulta. Algunos lo leen como un triunfo para el presidente, pues demostró que aún cuenta con una sólida base de apoyo. Otros lo aprecian como una derrota para el oficialismo por la baja participación.
Ya no tengo mucho que aportar a ese balance. Por eso quiero escapar un momento de esta discusión para analizar la consulta desde el punto de vista obradorista, más allá de los argumentos que el oficialismo esgrimió. Procuraré desentrañar el significado profundo de la consulta de revocación de mandato desde una perspectiva populista.
No empleo el término “populista” de manera peyorativa. Más bien, lo utilizo como un concepto valioso para comprender la lógica detrás de la consulta que acabamos de vivir en México.
Según distintos teóricos, el populismo es, a la vez, una ideología y una forma de hacer política que se caracteriza por anteponer al pueblo y las élites, por un nacionalismo exacerbado, por la desconfianza hacia las instituciones liberales, por un discurso de reivindicaciones sociohistóricas y por la preminencia de la democracia plebiscitaria por encima de la democracia representativa.
En ese sentido, el plebiscito, el referéndum, las consultas y demás instrumentos de democracia directa (o democracia popular, como la denominan algunos) son de especial importancia para los gobiernos populistas. Atención: democracia directa, plebiscitaria o popular, pero no democracia participativa. Me explico.
La democracia participativa –que tiene una acepción más liberal o socialdemócrata– pretende involucrar a los ciudadanos en la toma de decisiones de gobierno, en la promulgación de nuevas leyes o en la formulación de políticas y programas. Por su parte, la democracia plebiscitaria busca dotar de legitimidad popular a las decisiones del gobierno en turno, mantener en movilización constante a las bases sociales del movimiento populista y fortalecer la idea de que hay una conexión directa entre el pueblo y su líder.
La consulta de revocación pudo parecer un sinsentido para muchos analistas y ciudadanos: “¿Cómo puede ser posible que el propio presidente sea quien pida su revocación? Estamos en el mundo al revés. Además, el derecho constitucional de solicitar la remoción de un presidente por pérdida de confianza se deformó en un instrumento de propaganda”. En muchos sentidos, yo también lo veo así.
Sin embargo, más allá de las metas pragmáticas que el presidente López Obrador se planteó al convocar la consulta, desde un punto de vista de teoría del populismo, la revocación de mandato hace perfecto sentido, pues sus objetivos fueron: primero, renovar la legitimidad popular de AMLO y de la “cuarta transformación”; segundo, activar, aceitar, cohesionar y movilizar a las bases obradoristas; tercero, reforzar la percepción de que el presidente es un líder cercano al pueblo y, al mismo tiempo, alimentar su relación con los sectores sociales que tradicionalmente lo han apoyado.
Dudo que el presidente haya leído a Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, María Esperanza Casullo, Pierre Rosanvallon u otros teóricos del populismo. Más bien, de modo circunstancial su forma de entender y hacer política se puede inscribir fácilmente dentro de los marcos del populismo.