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Sobre la libertad y la decepción

Se está disputando nada más y nada menos que el significado, las expectativas y las características de la democracia mexicana.
mié 27 agosto 2025 06:03 AM
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Se ha activado una gran discusión pública en torno a qué fue la transición democrática de México, cuáles fueron sus virtudes y sus límites, y cuáles son los rasgos distintivos del nuevo régimen al cual estamos transitando bajo los gobiernos morenistas, apunta Jacques Coste.

Con motivo del 25 aniversario del triunfo de Vicente Fox y la primera derrota del PRI en el año 2000, y debido a la reforma electoral propuesta por la presidenta Sheinbaum, se ha activado una gran discusión pública en torno a qué fue la transición democrática de México, cuáles fueron sus virtudes y sus límites, y cuáles son los rasgos distintivos del nuevo régimen al cual estamos transitando bajo los gobiernos morenistas. Es un debate saludable y necesario: se está disputando nada más y nada menos que el significado, las expectativas y las características de la democracia mexicana.

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Un libro que puede aportar mucho a este debate es Libre: El desafío de crecer en el fin de la historia de la escritora albanesa Lea Ypi (Anagrama, 2023). Se trata de las memorias noveladas de la autora, un relato apasionante, conmovedor y didáctico de la caída del comunismo en Albania y la lenta y dolorosa transición hacia una democracia disfuncional, marcada por un sistema político pluripartidista, con elecciones competidas y una economía de libre mercado, pero también por el crecimiento del crimen organizado, la precariedad económica y las tensiones sociales e interregionales, que incluso desembocan en un guerra civil.

Por supuesto, México no es Albania y, por fortuna, el declive del régimen priista fue mucho más ordenado y gradual que la caída del comunismo en Albania. Además, nuestra transición a la democracia y las reformas de apertura del mercado fueron menos dramáticas y dolorosas que en aquel país. Y más importante aún: el PRI no era el Partido del Trabajo (el partido único en la Albania comunista).

Con todo, Libre da mucho para la reflexión en México. En particular, el libro mueve muchos resortes emocionales de las generaciones que crecimos en los años noventa y la primera década de este siglo, esos “jóvenes” que “nacimos al amparo de la democracia mexicana” y “no sabemos qué estamos perdiendo”.

Utilizando el concepto de libertad y las distintas acepciones de lo que significa ser libre como hilo conductor, el libro narra la infancia de la autora en el régimen comunista y su adolescencia en el lento tránsito hacia un régimen liberal disfuncional. Pero Ypi se esfuerza por transmitir la perspectiva simple de una niña y una adolescente sobre esos conceptos y aquellos momentos.

Por eso, sus reflexiones sobre la libertad no son sesudos tratados académicos en torno a lo que significa ser libre en las tradiciones socialistas y liberales, sino más bien impresiones de cómo se vive la libertad —o la ausencia de ella— en experiencias cotidianas: desde formarse en una larga y tediosa fila para obtener víveres básicos o ver con envidia y curiosidad a turistas con capacidad de adquirir productos que están vetados para los habitantes locales en la Albania comunista, hasta ser incapaz de salir del país porque Europa occidental —previamente interesada en la transición democrática y la apertura de mercado de los países del Este— ha impuesto severos requisitos de visado para los albaneses.

Uno de los puntos más interesantes del libro es la revolución del lenguaje que vivió buena parte del mundo en los años noventa. Ypi narra de manera sutil y elegante cómo los albaneses dejaron de hablar de El Partido, antiimperialismo, solidaridad, soberanía y clase trabajadora para empezar a hablar sobre pluralismo, integración europea, individualismo, reformas estructurales y emprendimiento.

Términos como sociedad civil, combate a la corrupción, elecciones limpias, transparencia y privatización pasaron a formar parte del vocabulario cotidiano. Hablar inglés se volvió la herramienta más codiciada para ingresar al mercado laboral globalizado. La sociedad civil era buena y pura, mientras que el Estado era ineficiente y perverso. Las reformas estructurales para privatizar las empresas estatales y abrir el mercado al comercio y la inversión se veían como algo inevitable y, aunque causaran dolor entre las personas que perdían sus trabajos y que carecían de las habilidades para competir por los nuevos empleos de la economía abierta, tenían que llevarse a cabo.

La Historia iba hacia esa dirección y Albania no podía ir a contracorriente del curso natural del desarrollo histórico. Pero la promesa a cambio de ese costo, a cambio de ese dolor, era un horizonte esperanzador: convertirse en un país próspero y desarrollado, con una ciudadanía libre y participativa.

Bajo la mirada de Ypi, si en el régimen comunista lo que menoscababa la libertad de los albaneses era un Estado opresor y vigilante de todas las arenas de la vida pública y privada de sus ciudadanos, en la Albania poscomunista la desigualdad económica, el crimen organizado y la pérdida de soberanía nacional limitan la libertad de las personas. Esta visión le ha valido críticas a Ypi por hacer una falsa equivalencia: no es lo mismo un Estado totalitario que un país con libertades políticas pero con una economía desigual y una sociedad descompuesta.

Quizá los críticos aciertan: por momentos Ypi compara la gimnasia con la magnesia, pero al mismo tiempo el libro es el fiel reflejo de una generación que vivió su niñez y adolescencia con las grandes promesas del liberalismo, las hizo suyas y terminó por decepcionarse al crecer y verlas incumplidas. Quizá cabría entender esa decepción para sanar esos agravios y construir sociedades más democráticas y justas, en vez de regañarnos por “no saber lo que estamos perdiendo”.

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