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#ColumnaInvitada | Dinamitar reglas y acuerdos internacionales

Podemos pensar que Estados Unidos es un imperio decadente y, consecuentemente, tendrá que construir y aceptar un nuevo papel.
mié 07 mayo 2025 06:02 AM
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Con Trump, Estados Unidos intenta desesperadamente posponer, contener y en lo posible, evitar esta caída para seguir siendo un actor con capacidad de imponer unilateralmente sus intereses, apunta Laura Zamudio González.

A estas alturas, queda claro que las instituciones y organizaciones internacionales que Estados Unidos contribuyó a crear tras emerger como potencia vencedora de la segunda guerra mundial, ya le resultan muy costosas e ingobernables.

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La Alianza Atlántica (OTAN), creada como mecanismo de seguridad colectiva con los países europeos, es vista como un lastre y, en palabras del presidente Donald Trump, sus otrora socios son ahora “delincuentes”, que se resisten a incrementar sus gastos en defensa; la Organización Mundial de Comercio (OMC), garante del libre comercio, tan beneficioso por mucho tiempo para el desarrollo económico de los Estados Unidos, está paralizada por la decisión deliberada de este país, de rechazar el nombramiento de funcionarios para el órgano de solución de diferencias con el argumento de que “los han tratado injustamente”.

Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Corte Penal Internacional (CPI) y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, han sido también objeto de una furiosa embestida de Trump, quien los acusa de tener un sesgo anti—israelí y/o una posición descaradamente de izquierda.

De algunas organizaciones, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA), el Pacto de París o el Acuerdo Transpacífico, Trump se retiró azotando la puerta, mediante órdenes ejecutivas firmadas el primer día de su administración.

De otras, como la Organización de las Naciones Unidas, pilar fundamental del orden internacional las últimas décadas, se está deslindando gradualmente, reteniendo financiamiento y alterando los contrapesos y equilibrios institucionales, como pudimos observar el pasado mes de febrero, cuando tomó decisiones contra Ucrania y se sentó del lado de Rusia, Bielorrusia y Corea del Norte, considerados regímenes illiberales.

Otras instituciones están en lista de espera, como es el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que han sido centrales para sostener la hegemonía monetaria y financiera de Estados Unidos, pero que están también contempladas en el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation, instancia cercana al proyecto de derecha extrema que apoya a Trump.

Evidentemente, Estados Unidos ha dado marcha atrás en la trayectoria histórica que lo llevó a impulsar el multilateralismo, entendido como un conjunto de mecanismos de cooperación formal entre gobiernos en el escenario global. La creación de estas estructuras y funciones dio lugar a un tinglado muy complejo de reglas, instituciones y organizaciones internacionales que, con sus limitaciones, contribuyeron al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, la estabilidad financiera, el libre comercio, los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, y otros muchos bienes públicos globales.

Al abandonarlas o dinamitarlas, con la intención declarada de librarse de acuerdos y responsabilidades previamente contraídos, reducir costos y/o obligarlas a realinearse con su agenda conservadora, Estados Unidos no está sino incrementando la probabilidad de implosionar su liderazgo, hundiendo un orden internacional que remó a su favor, y que se diseñó contemplando esquemas de costos y responsabilidades distribuidas entre múltiples estados.

¿Cómo interpretar estas acciones dramáticas y costosas con las que podrían estar dinamitando su propio futuro? No es fácil comprenderlo y dadas las múltiples y atropelladas decisiones tomadas por los Estados Unidos en materia comercial, migratoria y/ judicial entre otras, nadie tiene una respuesta totalmente convincente.

Desde mi punto de vista, habría dos maneras de interpretar esta situación. Una de ellas, quizá la más esperanzadora, es la que nos refiere a una situación coyuntural, centrada en Trump y su equipo de gobierno, en su proyecto ideológico de derecha extrema, su sentido de oportunismo y agresiva estrategia de negociación, su lógica transaccional y su afán por el espectáculo, que tarde que temprano van a desilusionar a sus propios votantes. En cuatro años, podríamos estar viendo el regreso de los demócratas o de una administración republicana algo más tradicional y moderada, interesados en recuperar las reglas y los acuerdos internacionales.

Una segunda interpretación, que me parece más probable, nos refiere a que Estados Unidos está reaccionando a una situación estructural: la pérdida de poder real de los Estados Unidos frente al mundo. Es decir, podemos pensar que Estados Unidos es un imperio decadente y, consecuentemente, tendrá que construir y aceptar un nuevo papel.

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Las condiciones económicas, políticas y militares, extraordinariamente favorables con las que emergió de la segunda posguerra y que le dieron flexibilidad para ejercer una hegemonía en principio “benigna” o basada en el derecho, no lo son más. Intentar sostenerse por la fuerza, aplicando políticas unilaterales, agresivas y destructivas no cambiarán lo que la historia ha mostrado respecto de la decadencia de los imperios, muy probablemente.

Con Trump, Estados Unidos intenta desesperadamente posponer, contener y en lo posible, evitar esta caída para seguir siendo un actor con capacidad de imponer unilateralmente sus intereses. Pero el ascenso de China y otras potencias regionales, hace pensar que esa batalla ya está perdida y, en todo caso, tendrán que repensar cómo reconfigurarse ante una nueva hegemonía -en principio, autoritaria e iliberal, para complejizar más el escenario-.

Pero, en lo que encuentran respuestas, podríamos seguir atestiguando decisiones y acciones inciertas, erráticas y peligrosas. La paradoja de Tucídides está viva y evitar un conflicto mayor dependerá de las estrategias que Estados Unidos construya para aceptar un rol, poderoso probablemente, pero ya no hegemónico hacia el futuro del orden internacional que se está reconfigurando.

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Nota del editor: Laura Zamudio González es profesora e investigadora del Departamento de Estudios Internacionales (DEI) de la Universidad Iberoamericana (UIA), actualmente es titular de la Dirección de Formación y Gestión de lo Académico en la UIA. Escríbele a laura.zamudio@ibero.mx Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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