Una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China no sería la catástrofe que muchos pronostican. De hecho, podría traer grandes oportunidades y beneficios para México y para el Sur Global en general.
La nueva guerra fría y las oportunidades para México

Hace tiempo que la academia superó la idea simplista de que la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue una simple confrontación entre el bloque occidental y el bloque comunista, en la que el resto de los países se debía alinear por completo a uno u otro bando. La bipolaridad inflexible de la Guerra Fría fue más una ilusión creada por las narrativas mediáticas y los discursos de los líderes políticos que una realidad.
Hoy en día, en la academia se habla de una Guerra fría global. Esta aproximación reconoce la rivalidad política, ideológica, científica, económica y militar entre Estados Unidos y la Unión Soviética y también concede que tanto Washington como Moscú esperaban que sus aliados se apegaran por completo a sus directrices políticas y a sus sistemas de valores y principios.
No obstante, al mismo tiempo, la idea de una Guerra Fría global se sustenta en dos argumentos. Primero, los Estados, los partidos políticos, los movimientos sociales y las corrientes intelectuales de los demás países, incluido los del Tercer Mundo (hoy en día, el Sur Global), eran capaces de maniobrar entre los dos bloques y sacar ventajas de la rivalidad entre las dos superpotencias. Segundo, los actores políticos del Sur Global también proponían sus propias alternativas ideológicas y programáticas que no siempre comulgaban con las visiones de Moscú y Washington, pero las dos superpotencias se veían obligadas a concederles cierta legitimidad para evitar que se alinearan al bando rival.
Dicho de manera simple: la bipolaridad de la Guerra Fría restringía el margen de acción de los países del Sur Global, pero también les daba opciones para impulsar sus propios proyectos de desarrollo. Pongamos, como ejemplo, el caso mexicano: gracias a la Guerra Fría, el PRI estaba restringido para impulsar una agenda de carácter plenamente socialista, pero al mismo tiempo Estados Unidos se veía obligado a validar las políticas del PRI que poco gustaban a Washington, como el desarrollo centralmente planificado, el proteccionismo, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la negociación constante del cumplimiento de la ley y los pactos con grupos criminales.
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Otro ejemplo ilustrativo es el caso de varios países africanos, como Ghana, Senegal y Tanzania. Estos y otros países de África coqueteaban con la Unión Soviética de manera deliberada para que Estados Unidos y Europa occidental aumentaran los flujos de financiamiento para el desarrollo y así contar con fondos para sus proyectos de infraestructura y construcción del Estado poscolonial. Sin embargo, también hacían lo opuesto: se acercaban a la Unión Soviética y obtenían generosos paquetes de financiamiento, capacitación y asesoría política de Moscú, al tiempo que alegaban —con razón— que no podían seguir al pie de la letra los lineamientos soviéticos porque eso les causaría problemas con el mundo occidental.
Así, manteniendo este delicado balance entre las dos superpotencias, los países del Sur Global obtenían ventajas de ambos bandos y proponían soluciones creativas y originales para sus problemas económicos y sociales. Por si fuera poco, mediante esquemas que favorecían su propio desarrollo nacional y que elevaban la reputación internacional de sus interlocutores, los países del Sur Global también obtenían concesiones de actores emergentes o con relativa autonomía frente a las dos superpotencias, como las dos Alemanias (la occidental y la del bloque comunista), China, Cuba, Francia o India.
Tras el fin de la Guerra Fría y con el ascenso del neoliberalismo como ideología hegemónica, los países del Sur Global enfrentaron más restricciones para buscar sus propios caminos hacia el desarrollo y soluciones originales para sus problemas nacionales. En muchos casos, el financiamiento de organismos internacionales (como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) venía acompañado de mayores restricciones que el financiamiento soviético o estadounidense de la Guerra Fría. Más aún, la falta de alineamiento de cualquier país a las políticas neoliberales de apertura y desregulación de los mercados era fuertemente penalizada por los grandes capitales globales y por los gobiernos del mundo occidental. En otras palabras: la conclusión de la Guerra Fría que trajo consigo la idea del fin de la historia limitó los horizontes de futuro que eran capaces de imaginar y construir los países del Sur Global.
Yo no soy de los que cree en la hipótesis de una nueva guerra fría. Si bien Beijing está demostrando ser un rival formidable para Washington en términos económicos, políticos y tecnológicos, China carece de una propuesta ideológica universalista como la que tenía la Unión Soviética.
Sin embargo, de cumplirse esta hipótesis, el advenimiento de una confrontación similar entre China y Estados Unidos podría abrir oportunidades como las que vimos en la Guerra Fría original, cuando los países del Sur Global eran capaces de mantener un delicado balance entre las superpotencias para obtener concesiones de ambos bandos o vendían caro su alineamiento a algún bloque, obteniendo financiamiento, asesoría o mayores márgenes de autonomía para plantear sus propios proyectos de desarrollo nacional. Así, una nueva guerra fría no sería un escenario terrible para el Sur Global ni para México si saben jugar bien sus cartas.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.