Las organizaciones criminales en México tienen, como muchos otros fenómenos sociales, ciclos de vida. Los altos niveles de violencia desencadenados por estas organizaciones desde la “guerra contra el narcotráfico” reflejan su propósito por dominar el ambiente criminal, fortalecerse y no perecer.
#ColumnaInvitada | Ciclos de vida de las organizaciones criminales

Sin embargo, no resulta evidente por qué “la guerra contra el narcotráfico”, lejos de solucionar el problema, desató una lógica que en ocasiones parece asemejarse a una guerra civil. Por una parte, la estrategia develó que estas organizaciones no sólo eran capaces de sostener guerras prolongadas entre ellas (una expresión de su poderío), sino de encarar abiertamente a los gobiernos y de someter (o, al menos influir sobre) gobiernos municipales y estatales.
Los gobiernos, desde los años posteriores a la transición a la democracia, descuidaron la gran capacidad armamentística, expansiva y financiera que estas organizaciones alcanzaron debido a décadas de impunidad y protección. Desde hace casi 20 años, con el fin de adaptarse a un nuevo contexto caracterizado por la incertidumbre que generan las embestidas gubernamentales, las organizaciones criminales, para prevalecer, han desarrollado estrategias orientadas a dominar no sólo a otras organizaciones, sino a gobiernos locales y a la misma sociedad.
Los gobiernos también han desestimado su destreza para reconfigurarse y sustituir sus liderazgos, así como para propagarse en nuevos territorios cuando estas organizaciones son combatidas. A su vez, los problemas estructurales del país (pobreza, falta de oportunidades) constituyen un caldo de cultivo para engrosar las filas del crimen organizado (aunque no debe omitirse que hay aspectos culturales, vinculados a cierto “aspiracionismo”, que también son centrales para entender el fortalecimiento de estas organizaciones). Finalmente, desde inicios de los 90 y hasta la fecha, junto al rompimiento de pactos entre estas organizaciones, se ha dado una lucha intensa por apropiarse de territorios dominados por los grupos rivales.
Hay organizaciones interesadas en someter a la población y a los gobiernos locales. Ejemplos de esto fueron Los Zetas, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios y, más recientemente, el Cártel de Santa Rosa de Lima. Estas organizaciones se valieron o se han valido de un modelo de dominación hacia la sociedad que incluye el cobro de piso, el secuestro, la intimidación constante, el terror y la extorsión. Este modelo de dominación permite cuantiosas ganancias a este tipo de organizaciones, por lo que constantemente tratan de perfeccionarlo y expandirlo.
Los Caballeros Templarios logaron el control de una gran cantidad de municipios de Michoacán. Como narra el periodista José Gil Olmos en su libro Batallas de Michoacán, Los Caballeros perfeccionaron el modelo La Familia Michoacana: articularon a sectores sociales en actividades delictivas, alcanzaron un mayor control de las instituciones de los municipios bajo su dominio, extendieron su sistema de cuotas en la sociedad y los gobiernos, e incursionaron en el control de la producción y precios de importantes productos como el limón y el aguacate. Los excesos de Los Caballeros Templarios dieron origen a la formación de grupos de autodefensas en 2013 y 2014.
Desde entonces, otras organizaciones han continuado con el mismo esquema. Parece existir, por otro lado, cierta tendencia: las organizaciones criminales que han sido combatidas por el Gobierno Federal se caracterizan por retarlo, por desarrollar un esquema de dominio hacia la sociedad y por entablar guerras con otras organizaciones criminales. No es casual que mientras estas cuatro organizaciones fueron muy combatidas (las tres primeras desde el 2006, la última durante el sexenio de AMLO), al punto de constituir hoy organizaciones debilitadas, el Cártel de Sinaloa se mantiene (todavía) como una de las organizaciones más poderosas.
Lee más
En su libro El cártel de Sinaloa, el periodista Enrique Osorno describe la atracción y aceptación que líderes de esta organización han forjado durante años en sectores de la sociedad sinaloense. En Sinaloa, es común que en algunas poblaciones esta organización cuente con mayor legitimidad que el gobierno. En ocasiones, el gobierno federal ha parecido intimidarse frente a esta organización. El “culiacanazo” de 2019 fue un episodio en el que se dio un intento fallido por aprehender a Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán, en el que participaron el Ejército y agentes policiacos. Ovidio fue detenido momentáneamente, lo cual desencadenó la movilización de integrantes del Cártel de Sinaloa. Frente a esto, las fuerzas del orden recibieron la instrucción de liberar a Ovidio para evitar un escenario de mayor conflicto.
Sin embargo, desde las capturas de sus dos principales líderes, esta organización atraviesa pugnas internas que se han agravado gradualmente y no es claro cuál será su desenlace. Los ciclos de vida de las organizaciones criminales muestran algunos patrones, pero al mismo tiempo existe un fuerte grado de incertidumbre --debido a la cantidad de variables que intervienen en este fenómeno-- que impide predecir su destino. Las únicas certezas en estos días son la persistencia del miedo frente la violencia criminal, un Estado rebasado y la irrupción de organizaciones que aprovechan la desarticulación de otros grupos criminales para abrirse camino.
___
Nota del editor: Rafael Plancarte Escobar es investigador posdoctoral en la Universidad de Guanajuato, en donde analiza los vínculos entre democracia y crimen organizado. Es miembro de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas (AMECIP). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.