Entre quienes ven a la presidenta como calderonista, en su última columna en Expansión, J acques Coste apunta los argumentos más concretos para la discusión. Recupero los tres en los que considero hay mayor divergencia: 1) la supeditación de las prioridades de seguridad de México a los Estados Unidos, 2) la militarización del combate al crimen organizado y 3) la captura de altos mandos criminales.
La subordinación a Estados Unidos es una constante, no una diferencia
La supeditación de las prioridades de seguridad de México a Estados Unidos no es un rasgo definitorio de la política de seguridad calderonista. Es una característica histórica de la relación bilateral. A pesar de su discurso nacionalista, López Obrador respetó todos los límites con Estados Unidos y también cedió a sus presiones por tráfico de fentanilo. Por eso desactivó a Ovidio Guzmán y no por eso se le llama calderonista. La realidad es que hoy México está acorralado como nunca antes por un presidente en la Casa Blanca que no tiene ningún incentivo para la moderación.
La pregunta relevante es si la presidenta puede responder de otra forma. Considero que Sheinbaum lo ha hecho bien hasta el momento: ha entregado buenas cuentas sin dinamitar a su partido. Sin embargo, después del discurso de Trump en el Congreso, parece inminente la caída de un narcopolítico; el primero en la lista es Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa (pero que no se confié la oposición, el tributo también puede salir de sus filas). Más allá de eso, a diferencia de AMLO y de Calderón, la presidenta no sólo responde a Estados Unidos con lugares comunes como decomisos y detenciones, sino que comenzó un proceso de reingeniería institucional por la vía civil, véase la reforma al Sistema Nacional de Seguridad Pública. Nada calderonista y mucho menos obradorista.
La militarización claudista es sui generis
La militarización calderonista se caracteriza principalmente por los operativos conjuntos entre Fuerzas Armadas y policías federales y locales. La llamada militarización directa. Un modelo replicado puntualmente por Peña Nieto. En cambio, la militarización de López Obrador llevó al extremo el modelo directo e indirecto (mandos militares al frente de instituciones de seguridad) al consolidarlos como una política de Estado y heredando un diseño institucional cercano al militarismo. Ambos modelos han sido desastrosos socialmente, y con López Obrador resultó peor a nivel democrático.
En este marco, la presidenta está forzada a operar bajo el modelo obradorista y no calderonista. Empero, se distingue de su predecesor al forjar una estrategia de seguridad encabezada por el poder civil. Una auténtica rareza dentro de la cuarta transformación.
Con Sheinbaum hay más estrategia que con Calderón
Calderón dio banderazo de salida a la política de descabezamiento a los jefes máximos del crimen, por ejemplo los Beltrán Leyva, “El Chango” o “La Barbie” (primero operador y luego jefe de organizaciones). Un error absoluto. Durante su mandato los grupos criminales se fragmentaron y la violencia estalló a causa de la disputa por los territorios. No obstante, Peña Nieto siguió ese camino con la detención del “Chapo”, mientras López Obrador frenó a Ovidio Guzmán (“El Mayo” es mérito de Estados Unidos).
En cambio, Sheinbuam va por los generadores de violencia y los operadores (el más reciente, “Don Rodo”, hermano de “El Mencho”). Es decir, va por el debilitamiento operativo del crimen organizado antes que decapitarlos (Iván Archivaldo continúa libre). Aquí se ve la mano estratega de García Harfuch.
La diferencia entre claudismo y calderonismo
Todas estas diferencias culminan en una principal. El calderonismo buscó construir un régimen de gobernanza criminal lo más duradero posible apoyando la construcción de un cártel hegemónico (Sinaloa) para apagar el incendio que el propio presidente provocó y Sheinbaum no (entre los 29 criminales enviados a Estados Unidos hay de todos los cárteles). Me parece que la presidenta con su estrategia de seguridad está haciendo malabares con tres machetes filosos: 1) las presiones de Trump, 2) la estabilidad de Morena, y 3) el control del crimen organizado. Catalogarla como calderonista invisibiliza estas delicadas operaciones.