No es la primera vez que los partidos políticos pequeños en tamaño que apoyan el proyecto de la Cuarta Transformación, el Partido del Trabajo y el Partido Verde, evitan que se apruebe una reforma que los afecta directamente. La pregunta es por qué, hasta el momento, lo han logrado.
¿Por qué la chiquillada oficialista se impone frente a la presidenta?

Pasó con la recientemente discutida iniciativa de la presidenta Claudia Sheinbaum que busca combatir el nepotismo electoral y que prohíbe la reelección. La propuesta, finalmente, se aprobó en el Congreso, pero se le cambió más que una coma: no surtirá efectos a partir de 2027, como fue inicialmente enviada, sino hasta 2030.
También ocurrió cuando la presidenta habló de una reforma electoral con la cual se propone eliminar los cargos de representación proporcional conocidos como plurinominales y disminuir el gasto público para los partidos políticos, iniciativa que por lo pronto se encuentra congelada, pero que es bien vista por una amplia mayoría de la población, según diversas encuestas.
Es evidente que las iniciativas de reforma de la presidenta afectan tanto al propio Morena como a los partidos aliados, pero sobre todo a estos últimos que no tienen ni el peso político ni los recursos como sí los posee el partido obradorista.
De tal manera que el punto a considerar tiene que ver con los alcances del poder de Claudia Sheinbaum. Tiene la posibilidad de mantener la disciplina en su partido, pero difícilmente lo puede hacer en los otros.
“Tendrían que irse por otro partido, pero no creo que les vaya muy bien”, amenazó a quienes decidan no acatar la reforma contra el nepotismo que constitucionalmente será vigente hasta 2030, pero que Morena hará suya desde 2027 y, por tanto, negará candidaturas a quienes caigan en el supuesto de ser familiares de quienes ahora ocupan un cargo de elección popular.
Para la presidenta las ambiciones personales, como las que han mostrado algunos senadores que aspiran a gobernar sus estados, son secundarias: “no es un asunto de ambición personal, y eso lo tienen que asumir todas y todos quienes son parte del movimiento de transformación. ¿Qué va a pensar la gente? ¿Me cambio de partido para que pueda ser papá, hijo, hermano, tío… el candidato?, pues no, la gente no quiere eso”. Mensaje enviado.
Resulta mucho más complejo hacer ese tipo de amonestaciones a los partidos aliados. Socios cuya fuerza no se encuentra en su tamaño, es decir, en la cantidad de curules o escaños que ostentan o en la cantidad de votos que aportan, sino en sus posibilidades para hacer coalición y para chantajear al oficialismo.
¿Son el PT y el Verde partidos que deban ser considerados importantes, que cuenten en el sistema de partidos mexicano? La respuesta es un contundente sí. Cumplen con dos normas que fueron expresadas en su momento por el famoso politólogo italiano Giovanni Sartori.
Su importancia radica en que, pese a ser organizaciones políticas pequeñas, poseen grandes posibilidades en las negociaciones para integrar una coalición: “debe tenerse en cuenta a un partido, por pequeño que sea, si se halla en posición de determinar a lo largo de un periodo de tiempo y en algún momento como mínimo una de las posibles mayorías gubernamentales” (Sartori dixit).
La otra norma tiene que ver con su capacidad de intimidación, con sus posibilidades de chantaje. La ruptura de la coalición oficialista tendría un efecto revitalizante de la maltrecha oposición. PAN y PRI se encuentran tan desgastados que, primero, Movimiento Ciudadano empieza a surgir como una opción refrescante para el electorado y, segundo, su resurgimiento tendría que originarse más allá de sus propias fuerzas, como lo sería una ruptura en el oficialismo.
Esto explica los esfuerzos de Sheinbaum porque en el Congreso se opere una reforma que en lo inmediato da la impresión de una presidenta que cede, pero que a mediano plazo sostiene el acuerdo que le permite seguir gobernando con amplias mayorías en el Legislativo.
No contar con los hoy partidos aliados significaría la necesidad de recabar apoyos entre legisladores priistas y panistas, como se comenzó a hacer cuando el PVEM advirtió que no acompañaría al bloque oficialista si se insistía en que la reforma contra el nepotismo electoral aplicara desde la próxima elección intermedia y no hasta la presidencial.
El costo de que la chiquillada oficialista se imponga es que la ciudadanía verá cómo el Partido Verde tendrá la posibilidad de que los suyos intercambien el poder entre familiares en 2027, pero con ello continúan vigentes las aspiraciones de Morena de convertirse en partido predominante en la elección de 2030.
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Nota del editor: Javier Rosiles Salas ( @Javier_Rosiles ) es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.