Después del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la ratificación de la reforma judicial por parte de la Suprema Corte de Justicia en México, leí muchas muestras de resignación y derrotismo en redes sociales. Eran comentarios similares a éste: “Ante los malos tiempos políticos, mejor refugiarse en el deporte, el arte y las conversaciones con amigos. Mejor, sigamos disfrutando la vida cotidiana y alejémonos de la política”.
Ante los malos tiempos, más politización y más ciudadanía
Estoy profundamente en contra de esa posición. Ante los malos tiempos, hace falta mayor politización, más participación pública, más esfuerzos de articulación colectiva y menos resignación. En México, Andrés Manuel López Obrador entendió esto como nadie. Yo jamás coincidí con su proyecto, pero siempre admiré su capacidad para politizar cualquier problema público, su eficacia al alentar a la gente a participar e involucrarse en sus luchas y su intuición para convertir cualquier asunto en una disputa política nacional.
Eso le hace falta a las oposiciones en México. No se trata solamente de hablar de ideales ambiguos —como democracia, pluralidad o Estado de derecho— que representan poco para la mayoría de los ciudadanos. Se trata, sobre todo, de conectar esos ideales y esos valores con los problemas de las personas de carne y hueso.
Por ejemplo, la reforma judicial ya pasó. ¿Qué harán todos los grupos sociales que se mostraron en contra de ella? ¿Qué harán las organizaciones sociales, las asociaciones de abogados, los miembros disidentes del Poder Judicial y las oposiciones partidistas? ¿Se sentarán resignadamente a esperar que Morena coloque a sus alfiles en el sistema judicial o harán un esfuerzo de acción colectiva para impulsar la victoria electoral de ciertos candidatos a jueces? Una vez que pase la elección, ¿dejarán que el gobierno gane la narrativa y alegue que logró la democratización de la justicia o promoverán un esfuerzo de pedagogía política y arrojarán luz sobre las corruptelas, el nepotismo y los problemas de impartición de justicia que la reforma traerá?
Son preguntas serias. Uno de los elementos principales del discurso de la transición a la democracia de los años 80 y 90 fue una dicotomía entre la política (mala y corrupta) y la ciudadanía (buena y pura). Eso alejó a muchos ciudadanos de la vida pública y los hizo pensar que la política era asunto de las élites partidistas, que de por sí eran poco confiables, y del gobierno, que siempre sería ineficiente. Quienes no concordamos con el proyecto político en el poder, debemos combatir ese discurso y buscar la repolitización de los ciudadanos.
Para reconstruir una mejor oposición que la que hemos tenido hasta el día de hoy y para tejer redes de resistencia y acción colectiva frente a las acciones gubernamentales que nos preocupan (la militarización, los ataques a la libertad de expresión, la opacidad y la falta de Estado de bienestar), es necesaria una mayor participación en la vida pública por diversas vías.
En sus ya clásicos libros, la historiadora argentina Hilda Sábato muestra cómo el siglo XIX latinoamericano estuvo marcado por una vibrante vida republicana, en la que diversos sectores sociales se involucraban en la política de sus países por diversos medios y competían por mecanismos democráticos (más allá de las elecciones) para impulsar sus respectivas agendas. La amplia participación en el debate público, la construcción de asociaciones de todo tipo (desde pequeñas organizaciones gremiales y vecinales hasta grandes instituciones no gubernamentales con mayores capacidades y recursos) y el trabajo conjunto de esas organizaciones con distintos partidos políticos fueron comunes en esa época de nuestra historia y condujeron a importantes victorias ciudadanas.
Mientras tanto, otros historiadores como Camilo Trumper han mostrado que, en la historia latinoamericana, la protesta en espacios públicos y el arte urbano han sido cruciales para la politización de grupos amplios de ciudadanos y para la presión social contra gobiernos, partidos y grupos de poder. Estos espacios son especialmente importantes para mantener vivas las demandas democráticas de amplios sectores sociales en entornos de gobiernos cerrados y poco propicios al diálogo.
Es momento de recuperar ese espíritu. Estos tiempos demandan una ciudadanía más activa y participativa; unos partidos más abiertos, realistas, humildes y estratégicos; y medios de comunicación más plurales y rigurosos. Si los últimos dos elementos —partidos cercanos y medios libres— están ausentes de nuestra vida pública hoy en día, los ciudadanos podemos empujar estos cambios desde abajo. No es fácil, pero para lograrlo debemos vencer la errada narrativa dicotómica de la transición democrática y recuperar el espíritu participativo que ha marcado a la historia política de América Latina.
La intelectual turca Ece Temelkuran propone que, mediante el compromiso y la acción concreta junto a otras personas de nuestro entorno, se pueden crear “milagros políticos” a ras de suelo, que reaviven la fe y la convicción necesarias para la lucha democrática. Hay que escucharla: ante los malos tiempos, una ciudadanía más activa, politizada y participativa es lo que necesitamos.
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Nota del autor: Recomiendo ampliamente la entrevista de Carlos Bravo Regidor con Ece Temelkuran, disponible aquí.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.