El origen: cercanía y accesibilidad
Cuando los primeros asentamientos urbanos surgieron, lo hicieron con la idea de que todo debía estar cerca. La concentración de actividades económicas, políticas, sociales y culturales en un mismo lugar no era un capricho, era una genialidad. Todo estaba diseñado para que la vida funcionara en torno a una lógica de cercanía. La escala humana predominaba. Esto generó sinergias que impulsaron la prosperidad de los habitantes y las civilizaciones. Se producían economías de escala, y la eficiencia era tal que la ciudad se convertía en un lugar donde era posible satisfacer todas las necesidades sin grandes desplazamientos.
Sin embargo, con la Revolución Industrial, todo cambió. Los centros de producción migraron a las ciudades, y las urbes empezaron a crecer desmedidamente. El caos llegó a los núcleos urbanos y las ciudades se expandieron a niveles nunca antes vistos. La escala humana fue reemplazada por el crecimiento acelerado y descontrolado, dando lugar a megalópolis que hoy nos resultan familiares. En este proceso, la Ciudad de México no fue la excepción. De la tranquila "ciudad de los palacios" pasó a ser un coloso urbano donde los desplazamientos interminables se convirtieron en la norma.
La trampa de la movilidad
El diseño original de las ciudades no contemplaba grandes desplazamientos porque se asumía que todo estaba cerca. Moverse, en principio, no era una prioridad, porque la accesibilidad era lo esencial. Pero en las últimas décadas, la movilidad se ha vuelto el foco de muchas políticas públicas, con la idea de que facilitar los desplazamientos hace que una ciudad sea más eficiente y moderna. Esta visión es problemática. La movilidad por sí misma no es la clave para el desarrollo urbano sostenible, sino la accesibilidad. Es decir, no es cuánto te mueves, sino cómo y por qué te mueves.
La Ciudad de México ha intentado abordar su caótica movilidad de muchas maneras, desde la construcción de imponentes infraestructuras vehiculares como el Periférico y el Viaducto, hasta el desarrollo de una vasta red de transporte público masivo, como el Metro y los sistemas BRT (Bus Rapid Transit) como el Metrobús. Sin embargo, estos esfuerzos, aunque bien intencionados, han sido en su mayoría remedios parciales que, en muchos casos, han empeorado la situación al favorecer el desplazamiento masivo sin abordar las causas subyacentes: la falta de accesibilidad.
Movilidad versus accesibilidad
El concepto de las ciudades de 15 minutos, popularizado recientemente, retoma la idea original de las ciudades: todo debería estar cerca. Se propone que, en lugar de diseñar ciudades que favorezcan el movimiento, se debería trabajar en dotar de servicios y actividades a pequeñas sub-ciudades donde los habitantes puedan satisfacer la mayoría de sus necesidades sin tener que desplazarse más de 15 minutos. Este planteamiento no solo mejora la calidad de vida de los ciudadanos, sino que también reduce el impacto ambiental y la congestión vehicular.
En la Ciudad de México, lamentablemente, aún prevalece una visión que prioriza la movilidad sobre la accesibilidad. Esto ha generado cicatrices en el tejido urbano. Las grandes avenidas y ejes viales, que buscaban agilizar el flujo vehicular, han fragmentado barrios, destruyendo la cohesión social que alguna vez caracterizó a muchas colonias. El Metro, aunque es un sistema crucial para la movilidad de millones de chilangos, no ha sido suficiente para sanar esas heridas. La ciudad se ha vuelto un mosaico de islas urbanas incompletas, donde moverse es una obligación, no una opción.
Los proyectos actuales: ¿movilidad o accesibilidad?
Recientemente, el gobierno de la Ciudad de México ha anunciado una serie de proyectos de movilidad que parecen apuntar en la dirección correcta, pero no está del todo claro si están pensados desde una lógica de accesibilidad o si siguen favoreciendo la movilidad a costa de la cohesión urbana. A continuación, se analizan algunos de estos proyectos en el marco del plan de movilidad 2024-2030.