Claudia Sheinbaum obtuvo casi 60% de los votos en la elección presidencial. Ningún presidente, ni siquiera su antecesor, había obtenido un porcentaje tan alto. Su coalición ha logrado aglutinar mayorías calificadas en ambas cámaras del Congreso, otra cosa que nadie antes que ella había conseguido; controla 3 de cada 4 gobiernos de las entidades federativas; y es mayoría en 23 de los 32 congresos locales. No necesita negociar con sus opositores para cambiar leyes, aprobar presupuestos, designar funcionarios o reformar la Constitución, sus legisladores pueden hacerlo solos, unilateralmente. Controvertir sus decisiones, litigar contra su gobierno, defenderse de sus arbitrariedades, tras la reforma al Poder Judicial, se volverá casi imposible.
Mucho poder, poco dinero
Además, según una encuesta de Buendía y Márquez durante el periodo de transición, 71% aprobaba sus decisiones, 65% estaba satisfecho con ella, 81% consideraba que está bien preparada para gobernar, 74% que es honesta y que entiende las preocupaciones de la gente, etcétera. Predominan las expectativas optimistas en torno suyo, 73% cree que en su sexenio al país le irá mejor, o al menos igual de bien, que durante el anterior. Y su partido, Morena, es el que suele suscitar un balance de opiniones más favorables , al que los mexicanos le adjudican más atributos positivos . Por dónde se le mire, uno de los principales atributos con los que arranca su administración es que tiene mucho poder.
Al mismo tiempo, la suya es una presidencia que empieza muy restringida en términos presupuestales. Su predecesor le dejó “una situación muy ajustada” ( Jesús Carrillo ). “El crecimiento acumulado del PIB” entre 2019 y 2024 “es de 4.5%, un promedio –geométrico– de apenas 1% con tendencia a la baja” ( Jorge A. Castañeda Morales ). Y menos crecimiento significa, obviamente, menos ingresos públicos. A pesar del tan cacareado aumento en la recaudación por parte del SAT, lo cierto es que esos recursos adicionales apenas alcanzaron para subsanar el desplome que experimentaron otras entradas (sobre todo en el rubro petrolero): “de hecho, el promedio de los ingresos como porcentaje del PIB durante el gobierno del presidente López Obrador fue ligeramente inferior al promedio de los ingresos durante la administración del presidente Peña Nieto” ( Gerardo Esquivel ).
Con todo y la retórica de la austeridad, lo cierto es que con López Obrador el gasto público creció cuestión de 4 puntos del PIB. Y contra la cantaleta de que no hubo más deuda, el déficit público acumulado durante su sexenio fue el más alto de las últimas décadas, en particular por el del último año de gobierno, en el que la deuda pública paso de casi 47 a más de 50% del PIB. La oferta política de Sheinbaum como candidata, además, fue claramente expansiva. Propuso no sólo darle continuidad al gasto en las obras insignia y los programas sociales existentes sino aumentarlo. Como presidenta, sus primeras señales dan cuenta de que insistirá en la lógica neoliberal de adelgazar al Estado para seguir engordando las transferencias en efectivo: por un lado, anunció recortes de hasta 10% en la administración pública; y, por el otro, prometió becas para todos los estudiantes de educación básica en escuelas públicas. He ahí el otro atributo con el que se inaugura su gobierno: enfrenta grandes presiones de gasto pero tiene poco dinero.
¿Cómo encarará semejante ecuación –mucho poder, poco dinero– la nueva presidenta? ¿Cuáles son, en ese sentido, las tensiones al interior de su coalición? Quizá se podría relativizar el diagnóstico en tanto que todo ese poder no es propiamente suyo sino, más bien, de su partido (sobre la que ella podrá tener influencia pero no tiene control); pero no en cuanto al dinero porque, ahí sí, no hay. Sheinbaum dijo en campaña que no consideraba necesaria una reforma fiscal; el escenario que enfrenta, sin embargo, apunta muy claramente en sentido contrario.
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