Una vez superado el jolgorio por la asunción al poder de la primera presidenta de México, es indispensable establecer que lo inédito no se encuentra solamente constreñido a una cuestión de género. En el fondo, se inaugura un nuevo modelo, a nivel latinoamericano, de convivencia entre el líder carismático que abandona el poder y quien lo sustituye.
#Opidemia | Ni parricida ni fratricida: el modelo de sucesión mexicano
Sólo hay un caso parecido en el que no se presentó un rompimiento, pero ocurrió en Venezuela, en donde Nicolás Maduro sustituyó al líder populista Hugo Chávez tras su muerte. El caso mexicano inaugura una nueva etapa en ese sentido: el primero en el que no hay, al menos por el momento, una lucha fratricida o parricida durante el traspaso del poder entre quienes se suponen aliados o cercanos.
Hay dos graves problemas con los populismos: la tentación de no abandonar el poder, incluso a costa de cambiar las constituciones de ser necesario, y el hecho de que el carisma no se hereda.
En México, Andrés Manuel López Obrador no sucumbió a la tentación y decidió alejarse, físicamente, de la vida pública, seguro de que su legado es incuestionable y que su calidad de personaje histórico podría mancillarse de no elegir el retiro a “La Chingada”, su quinta en Palenque, Chiapas.
¿En qué medida puede aseverarse que Claudia Sheinbaum es carismática? Frente a la definición weberiana de carisma parece que la comparación con su antecesor le costará: “la cualidad que pasa por extraordinaria (…) de una personalidad, por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas –o por lo menos específicamente extracotidianas y no asequibles a cualquier otro--”. Pero desde luego que se trata de una característica no indispensable para ejercer un buen gobierno.
Las loas de Claudia Sheinbaum hacia el expresidente López Obrador han sido copiosas. En su toma de protesta lo calificó como “uno de los grandes”: “El dirigente político y luchador social más importante de la historia moderna. El presidente más querido, sólo comparable con Lázaro Cárdenas. El que inició y termina su mandato con más amor de su pueblo y para millones, aunque a él no le gusta que se lo digan, el mejor presidente de México. El que inició la revolución pacífica de la Cuarta Transformación”, le enrostró la flamante presidenta a la oposición en el Palacio Legislativo.
La ventana que se abrió entre el contundente triunfo en la elección del 2 de junio y la toma de protesta fue de pura melosidad. El presidente de la República presentando por todos lados a su sucesora: la gira del adiós y de la bienllegada comenzó en Durango, Coahuila y Tamaulipas, y, después de recorrer todos los estados del país, concluyó en Nuevo León. Él alentando el estribillo “¡Es un honor, estar con Claudia hoy!”, ella afirmando, una y otra vez, “es el mejor presidente que ha tenido México”.
En su última mañanera, no es de extrañar, López Obrador fue agradecido: “me siento muy satisfecho por el trato de la presidenta hacia mí, respetuoso hasta el final, lo que demuestra su gran condición humana. Porque cualquier otro acomplejado, hombre o mujer, lo primero que hubiese hecho hubiese sido negarme o empezar con indirectas a cuestionar lo que hemos conseguido entre todos para diferenciarse, pintar su raya, o con golpes espectaculares”.
Mientras tanto, en otras latitudes: “Lucho se derechizó”, “Luis Arce es suma que resta”. Estas declaraciones de Evo Morales eran impensables hace no mucho tiempo. El expresidente de Bolivia había tenido a su lado a Arce como ministro de Economía por 13 años, hasta 2020, año en que llegó a la presidencia una vez que Evo optó por él como su sucesor.
La lucha de Lucho contra Evo es fratricida. Quien gobernó el país boliviano entre 2006 y 2019 enfrenta muy graves acusaciones: la violación a una menor de 15 años y la maquinación de una red de jóvenes a su disposición con fines sexuales. Esto en plena disputa por la candidatura presidencial del partido de ambos, el Movimiento al Socialismo.
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No se trata del único caso en el que la sucesión es conflictiva entre hermanos de lucha. “Ya es muy tarde para el diálogo. Ya no hay salida para esto. Moreno está acabado como presidente. Por el bien del país, si tiene algo de conciencia y de decencia, debe dar un paso al costado y deberán anticipar elecciones”, es una de las tantas declaraciones que hizo el expresidente ecuatoriano Rafael Correa en contra de quien lo sucedió, con su anuencia, en 2017: Lenin Moreno.
El caso mexicano es único, representaría, de mantenerse en los próximos años, un caso de transición tersa entre socios: un pase de estafeta entre un líder carismático --y disruptivo del sistema de partidos de un país latinoamericano-- y su sucesor que no termina en una grave crisis por enemistad o abiertas acusaciones de traición. ¿Será?
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Nota del editor: Javier Rosiles Salas ( @Javier_Rosiles ) es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.