Para entenderlo con mayor claridad, basta recordar cómo llega Claudia Sheinbaum a la presidencia hoy. Su gestión comienza desde el sabor agridulce que dejó el sexenio del hoy expresidente Andrés Manuel López Obrador, caracterizado por una polarización social muy marcada, proyectos oficiales prioritarios cuya funcionalidad no termina de convencer, la inseguridad que se vive en una gran parte de México, un estilo de gobernar calificado por algunos como autoritario, un sector salud que no refleja las promesas realizadas al inicio de su gestión, una economía con poco crecimiento y un desgaste en la relación con algunas naciones.
A lo anterior, se suma la herencia de un descontento generalizado y un país movilizado frente acontecimientos aún más recientes, como la reforma al poder judicial o la decisión de que la Guardia Nacional sea administrada por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
En su conjunto, aunque algunos con más peso sobre otros, estos elementos han llevado a que muchos analistas financieros y económicos califiquen en estado de riesgo al país. Pues no hay la confianza de que pueda desarrollarse un clima competente y próspero. No tener contrapesos para la aprobación de algunas ideas ha puesto en alerta y encendido el nerviosismo de lo que pueda pasar en las finanzas, las inversiones y la seguridad.
Esto se acentúa si miramos la estructura que tiene hoy el nuevo gobierno, en donde la mayoría en el Congreso no parece sino perpetuar ese sentimiento y despertar la sospecha de que puedan vivirse escenarios como los que se presenciaron en los primeros años del sexenio que recién termina.
Desde luego, esto ha sido un catalizador del descontento y la crítica social, que para muchos pone en duda la capacidad de Claudia Sheinbaum de marcar una distancia de los elementos que han causado descontento en la gestión de su antecesor.
Sin embargo, en contraste, el legado que recibe la nueva presidenta también incluye elementos como un incremento en los programas sociales, el decremento en la población en estado de pobreza, reformas en materia laboral y de pensiones, el aumento del salario mínimo, la recaudación fiscal y el combate a delitos relacionados con corrupción y lavado de dinero.
Visto desde la relación cercana que tiene Claudia Sheinbaum con Andrés Manuel López Obrador, estos elementos pudieron ser, incluso, un impulso para las más de 35 millones 924,000 personas (+59% de los votantes en la jornada del pasado 2 de junio) que dieron su voto y la aventajaron con más de 30% frente a su contendiente.
Aun con esa primacía, el reto sigue estando en la audacia que demuestre para definir un estilo personal de gobernar, desmarcado del camino delineado por el anterior presidente.
Lo anterior como un primer paso y elemento crucial para impulsar la confianza y, desde ella, desatorar otros pendientes que tendrá que resolver durante los próximos seis años que dure su mandato. Los cuales no son menores y abarcan temas desde la administración en los recursos económicos, facilitar el acceso a alternativas en el sector energético, fortalecer el sistema de salud, garantizar seguridad y dar certeza jurídica. Es decir, lo necesario para que el país siga siendo atractivo para inversión extranjera, el turismo, sea un punto clave para las exportaciones y encuentre su mejor desempeño en sectores como el nearshoring. En consecuencia, esto permitiría que la economía se mantenga resiliente.