Hoy continúo esta serie de reflexiones. En esta ocasión me centraré en los partidos de oposición. Esta columna llega, precisamente, en el momento en que la oposición partidista está en el foco de la discusión pública, con todos los reflectores encima.
La votación sobre la reforma judicial en el Senado definirá el futuro de la oposición. Es curioso: desde la elección, la opinión pública ha repetido hasta el cansancio que Morena tiene mayoría calificada en el Congreso. Esto es falso: en realidad, en el Senado siempre le faltaron unos pocos votos. Sin embargo, prácticamente todos dieron por hecho que los conseguirían, lo que dice más sobre los partidos que sobre los ciudadanos.
Como sabemos, dos senadores del extinto PRD migraron a Morena. Con ello, a la coalición gobernante le falta solamente un voto en el Senado para pasar sus reformas constitucionales. Si los partidos de oposición votan en bloque, conservan el poder suficiente para vetar la reforma judicial. Suena muy sencillo, pero no lo es: hay costos enormes por bloquear la reforma prioritaria para el presidente. Y esto requiere una explicación.
El gran problema de buena parte de los miembros de los partidos de oposición es que tienen cola que les pisen. Suena trillado y, sí, lo es, pero también es cierto. Tráfico de influencias, nepotismo, negocios al amparo del poder, corrupción, vínculos con el crimen organizado, delitos electorales y escándalos de prepotencia son prácticas comunes entre nuestra clase política, por lo que en este momento Palacio Nacional debe tener una torre de expedientes que puede utilizar para intimidar a más de un senador para conseguir su voto. En el otro lado de la moneda, el oficialismo también tiene jugosos premios que repartir para quien vote a favor de la reforma.
Y aquí es donde está el quid del asunto. Esta semana los miembros de los partidos de oposición pueden demostrar, por una vez en la vida, que les interesa más el futuro de la república y cumplirle a sus votantes que su beneficio personal. Eso requiere un valor enorme y un compromiso republicano completo, lo que no parece abundar entre nuestras oposiciones, pero votar en contra también implica altísimos costos, sobre todo en materia de repudio social.
Me parece que si fueran estratégicos, los partidos de oposición vetarían la reforma. Eso los empoderaría de cara al inicio del sexenio y, más importante aún, rumbo al cambio de régimen. Por más que no tenga mayorías calificadas en ambas cámaras, Morena logrará pasar muchas reformas constitucionales. No es factible que el pequeño bloque opositor logre frenar todas las enmiendas constitucionales durante seis años.
De hecho, ni siquiera sería productivo que los partidos de oposición se limitaran al obstruccionismo, como lo hicieron durante el sexenio de López Obrador, lo cual las posicionó como fuerzas políticas vacías, sin agenda propia y sin otra propuesta más que oponerse a AMLO. Lo más estratégico para las oposiciones sería emplear el poco poder que tienen para negociar cambios sustantivos a las reformas propuestas y para bloquear las que sean inadmisibles.
En otras palabras, lo más estratégico sería incidir en la formación del nuevo régimen y no limitarse a resistirse al cambio. Los ajustes profundos al sistema político, a la relación entre poderes y al entramado legal-institucional llegarán de todos modos, mediante cambios a las leyes secundarias, decretos presidenciales y el nombramiento de la persona que sustituya al ministro Luis María Aguilar a finales de este año. Por eso, es mejor incidir en los cambios que patalear y gritar para que no ocurran.