El mundo de las organizaciones de la sociedad civil es diverso y variopinto, tanto en las causas que defienden como en sus agendas ideológicas y el perfil de las personas que las componen. No obstante, podemos decir que, en términos generales, estas organizaciones se mostraron descolocadas durante el sexenio de López Obrador.
Muchas de ellas expresaron un cauto optimismo ante la llegada de AMLO a la presidencia. La gran mayoría se decepcionó rápidamente, al ver que el presidente las vilipendiaba con frecuencia, desacreditaba sus causas y las enmarcaba dentro de la oposición conservadora. Ante ello, pocas supieron responder adecuadamente. Destacan las madres buscadoras y los colectivos feministas, que fueron de los pocos actores capaces de disputarle la plaza pública y el discurso de reivindicación social al presidente.
El máximo desafío para las organizaciones de la sociedad civil (ecologistas, de derechos humanos, de defensa de causas regionales y demás) es que el gobierno ya no las ve como interlocutoras válidas. Por el contrario, las considera agentes espurios de la oposición.
Por eso, tan pronto como Sheinbam tome posesión, las organizaciones deben movilizarse con presteza —en las calles, en las plazas públicas, en los medios de comunicación, dialogando con los pocos actores políticos que aún las escuchan— para hacer sentir su presión sobre la nueva administración. Esta coyuntura será una de las últimas oportunidades para que el gobierno las vuelva a considerar como interlocutores legítimos; si no la aprovechan, sufrirán un destino similar al que padecieron durante el sexenio que concluye, con lo que el espacio de acción de las organizaciones se estrechará notablemente en el nuevo régimen.
Es un caso similar al de los estudiantes universitarios, que se movilizaron muy poco durante el sexenio de López Obrador (con notables excepciones, como la Universidad Autónoma de Sinaloa, el CIDE y, en este momento, las facultades de Derecho). Si bien una amplia porción de la población universitaria apoya a la “cuarta transformación”, es necesario que el movimiento estudiantil adquiera nuevos bríos.
Esto no significa necesariamente adoptar un enfoque confrontacional, pero estamos ante un momento estratégico: o empujan sus intereses en este momento de institucionalización del nuevo régimen para que su consolidación ocurra en línea con sus necesidades, o corren el riesgo de que el régimen se consolide como uno ciego y sordo ante sus demandas.
Por otra parte, durante el sexenio de López Obrador, los académicos mostraron una desarticulación ocasionada por el instinto de supervivencia y por viejas rencillas y resentimientos entre distintos grupos, alimentadas por injusticias reales e imaginadas. Con el surgimiento de la nueva Secretaría de Ciencia y Tecnología, tienen la oportunidad de sostener una interlocución más fluida con la administración entrante, pero no deben confiarse. Deben entender que entre las prioridades de Sheinbaum no está la inversión en proyectos de investigación científica, discusión académica y formación de estudiantes en posgrados de calidad.
Me parece que la labor prioritaria de la comunidad académica será no abandonar el ideal de las universidades como arenas de deliberación, debate e intercambio de ideas: ante un régimen cerrado a la pluralidad, espacios académicos con discusiones vibrantes y abiertas. Además, deben actuar de manera articulada con los estudiantes y movilizarse por los estudiantes. La comunidad académica debe actuar en conjunto: estudiantes y profesores en el mismo frente. Si los investigadores se movilizan o negocian para defender sus prestaciones laborales, también deben considerar causas de los estudiantes, pues de otro modo le facilitan la labor al gobierno cuando busque tildarlos de conservadores que sólo defienden sus privilegios.