La conclusión del encuentro es que el PRI ya es el partido de Alejandro Moreno. Punto. No hay más. Vaya paradoja: quizá nunca antes había existido un líder nacional tan poderoso dentro el PRI; pero, al mismo tiempo, el Partido Revolucionario Institucional jamás había sido tan débil.
Digo que nunca antes había existido un líder nacional tan poderoso porque, cuando el PRI era gobierno, el presidente de la República era el líder fáctico del PRI, por lo que el dirigente del partido era una figura importante y poderosa, pero casi siempre era un hombre de confianza de Los Pinos, no un liderazgos independiente. Por otra parte, en los años en que gobernó el PAN, los líderes del PRI eran muy poderosos, pero no contaban con el control total de las estructuras del partido a niveles nacional y local, elemento con el que sí cuenta Alito hoy en día.
Hay quienes retratan a Alejandro Moreno como un político de poca monta, sin talento ni importancia. Se equivocan: Alito cuenta con una enorme habilidad política. Es maquiavélico, astuto, sabe tejer alianzas y negociar o emplear la fuerza dependiendo la situación.
Sin embargo, Moreno ha utilizado todo ese talento político para su beneficio personal y el de su grupo político. Ése es el verdadero problema. Alito no juega para nadie; juega para sí mismo. Por eso, el PAN y el PRD se equivocaron terriblemente al firmar un pacto con él y, por el mismo motivo, el Frente Cívico, Unid@s y ese puñado de organizaciones que se erigieron como representantes de la “sociedad civil independiente” cometieron un error aún más catastrófico y absurdo al impulsar una alianza con el PRI de Moreno.
Los resultados están a la vista de todos: un desempeño electoral desastroso tanto a nivel federal como en el ámbito local y una frágil alianza política en el Poder Legislativo que será incapaz de fungir como contrapeso frente a Morena.
No obstante, mientras el panismo está envuelto en rencillas internas, el PRD está desapareciendo y la “sociedad civil” se está lamentando, Moreno está riendo y celebrando, pues, pese a que su partido obtuvo el peor resultado electoral de su historia, él es el líder total y absoluto de esa fuerza política, que si bien está disminuida, no es irrelevante en cuestiones de presupuesto y presencia territorial, lo que le permitirá a Alito seguir enriqueciéndose, haciendo negocios y vendiendo favores políticos, al tiempo de conservar su poder político y asegurar la impunidad frente a sus tropelías.
Ése es el PRI de Alito, que hoy en día se parece más al Partido Verde de Jorge Emilio Gonzáles, el “Niño Verde”, que al antiguo partido hegemónico, ese partido corporativista, que logró establecer un régimen semi-autoritario duradero y efectivo para mantener la gobernabilidad y la estabilidad en el país, al tiempo de impulsar una portentosa política de industrialización, desarrollo económico y una política más limitada, pero aún así importante, de bienestar social.