En el tercer debate por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México (CDMX), Santiago Taboada (PAN-PRI-PRD) y Clara Brugada (Morena-PT-PVEM) buscaron mover las emociones del electorado a su favor, principalmente con el bloque dedicado a la seguridad pública. Para ello, de manera respectiva, presumieron o calumniaron sus resultados al frente de Iztapalapa y Benito Juárez, muchas veces con información parcial o presentada de forma tendenciosa.
#ColumnaInvitada | Iztapalapa y Benito Juárez. ¿Oportunidad o desesperanza?
Más allá de la teatralidad, frente a un problema tan delicado como la inseguridad, que desde hace años es la principal preocupación de las y los capitalinos, conviene preguntarnos: ¿Santiago o Clara tienen razón? ¿Nos conviene replicar Iztapalapa o Benito Juárez? ¿O hay espacio para otro tipo de alternativas? Aquí comparto datos y vivencias personales (no pretendo hacer generalizaciones a partir de mi experiencia individual, pero sospecho que muchas personas se sentirán identificadas) para abonar a la reflexión y contribuir, de algún modo, a que la ciudadanía ejerza un voto informado pensando en los próximos años, incluso en otras entidades.
Iztapalapa
De acuerdo con datos oficiales del gobierno de México, entre 2018 y 2024, considerando los registros acumulados de enero a marzo en cada uno de los años que conforman la serie, en Iztapalapa incrementó la tasa por cada 100,000 habitantes de homicidio (8.1%) y narcomenudeo (47.7%). En lo que va del 2024, Iztapalapa es la alcaldía con la tasa más alta de violencia homicida y la tercera con mayor narcomenudeo. Del mismo modo, es la alcaldía con mayor percepción de inseguridad (72%) y cada vez crece más. En cambio, en dicho periodo, se redujo la tasa de extorsiones (15%), robos (54%) y secuestros (100%) y destaca que Iztapalapa hoy es una de las alcaldías en donde es menos probable sufrir un robo.
Más allá de los datos duros, que muchas veces parecen lejanos al día a día, puedo decir que los contrastes también se viven a ras de suelo. Viví 25 de mis 33 años en uno de los barrios más marginados de Iztapalapa y, en realidad, del país, al pie de la Sierra de Santa Catarina. En dicha colonia, a donde regreso con frecuencia, la estigmatización, la criminalización de la pobreza, crece exponencialmente. En estos años, fui víctima de robos a mano armada en el transporte público y supe del homicidio de varios vecinos y colegas del fútbol amateur y muy rara vez se ve una patrulla de la ciudad o la alcaldía. Una realidad dura.
No obstante, también vi de cerca cómo los gobiernos locales recuperaron espacios públicos, iluminaron las calles e impulsaron, de varias formas, la cohesión comunitaria como estrategia de prevención social de la violencia y la delincuencia. Las y los iztapalapenses son muy solidarios cuando se trata de cuidar a los suyos y su entorno. A pesar de todo, en Iztapalapa se han forjado insumos en las comunidades para transitar hacia un proceso sostenido de pacificación.
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Benito Juárez
Bajo los mismos criterios, entre 2018 y 2024, en Benito Juárez incrementó la tasa por cada 100,000 habitantes de narcomenudeo (34.4%) y se redujo la tasa de homicidios (37.7%), robos (45.5%) extorsiones (67.9%) y secuestros (100%). En la actualidad, en Benito Juárez es muy probable experimentar un robo de algún tipo, mucho más que en Iztapalapa, pero, ciertamente, la alcaldía también se encuentra en los últimos lugares en violencia homicida y registra la menor percepción de inseguridad a nivel nacional, con apenas 11.1%.
Es cierto que Benito Juárez parece un oasis de seguridad, pero la violencia delictiva también se vive a diario en sus calles. Desde hace casi una década resido en esta demarcación. En dicho periodo, literalmente, vi desde la ventana de mi departamento cómo desmantelaron mi auto, de una marca común y corriente, en un abrir y cerrar de ojos; en las calles de mi colonia y los alrededores los autos amanecen sin espejos y llantas y los robos a negocio y casa habitación son moneda corriente. También, me ha tocado escuchar detonaciones de arma de fuego y saber de ejecuciones en zonas cercanas.
A pesar de esto, reconozco que en Benito Juárez cuenta con un robusto sistema de prevención situacional del delito, compuesto por cámaras de videovigilancia, patrullas especiales y personal en campo, fundamental para impulsar estrategias de contención y reducción de la criminalidad urbana.
Más allá de la politización
Entiendo la dimensión electoral de los debates, pero las elecciones están a la vuelta de la esquina y debemos ir presionando en serio a los actores sobre la calidad de las políticas públicas que finalmente serán implementadas. ¿Por qué no formar un frente común entre partidos políticos y sociedad civil para combatir la violencia en CDMX? ¿Por qué no retomar lo mejor de la prevención comunitaria de Iztapalapa y la prevención situacional de Benito Juárez y combinarlo con otras prácticas de éxito registradas dentro y fuera de la capital?
Benito Juárez no es superior a Iztapalapa o viceversa. Solamente cuentan con problemas diferentes y con después gubernamentales con virtudes, áreas de oportunidad y fallos por corregir. Lo cierto es que ambas ofrecen aprendizajes relevantes para transitar hacia un proceso de pacificación sostenido para toda la CDMX, pero deben de ir de la mano. Si después de las elecciones mantenemos la politización de los modelos, muy probablemente vendrán seis años más de violencia para la CDMX. El cambio es posible. Hay evidencia. Hay experiencia. Falta trabajo en equipo.
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Nota del editor: Armando Vargas (@BaVargash) es doctor en ciencia política, profesor universitario y consultor especializado en (in)seguridad pública y riesgo político en Integralia Consultores (@Integralia_Mx). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.