Primero, el presidente instaló una Comisión de la Verdad para el caso a cargo de Alejandro Encinas, personaje experto en lucrar políticamente con la indignación que causan las violaciones a derechos humanos. Esta decisión ignoró las mejores prácticas en la materia a nivel internacional, pues las comisiones de la verdad deben ser independientes del Poder Ejecutivo.
Luego, el gobierno decidió ignorar la investigación de la CNDH (cuando aún estaba a cargo de Luis Raúl González Pérez) al respecto. Esa indagatoria estaba incompleta y seguía sin resolver el caso, pero presentaba avances e indicios importantes que hubiesen sido útiles para continuar la investigación.
En 2022, dimitió el fiscal especial para el caso Ayotzinapa, Omar Gómez Trejo, luego de enfrentar duras presiones de la Secretaría de la Defensa Nacional para no investigar a fondo la posible participación de las Fuerzas Armadas en los crímenes. De modo similar, en julio de 2023, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), cuya labor fue clave para echar por tierra la verdad histórica y hallar indicios sobre los posibles motivos, hechos e involucrados en la desaparición de los 43, anunció su salida de México luego de enfrentar el obstruccionismo militar.
Esto no debe sorprender a nadie. En esta investigación y en otras pesquisas relacionadas con derechos humanos y desapariciones forzadas, López Obrador ha respaldado a los cuerpos castrenses, al pintarlos como impolutos, incorruptibles e incapaces de participar en esta clase de atrocidades. Así, el presidente ha dejado claro que no quiere que se investigue al Ejército.
Ante los escasos avances en la investigación, el respaldo incondicional del presidente a las Fuerzas Armadas y la forma en que el oficialismo se benefició políticamente del caso, los familiares de los normalistas fueron perdiendo la paciencia y la confianza en este gobierno. Sin embargo, lejos de renovar los esfuerzos para resolver el caso y el compromiso con las víctimas, el gobierno respondió con cerrazón política y con calumnias contra los defensores de derechos humanos y las organizaciones internacionales que han acompañado a las víctimas.
La situación estalló la semana pasada, cuando un grupo de normalistas irrumpió en Palacio Nacional, como parte de una manifestación contra el incumplimiento de promesas y la cerrazón de este gobierno para escuchar sus reclamos. Como siempre, el presidente respondió doblando la apuesta: en este caso, continuó con sus denuestos contra el Centro Pro, el representante legal de los padres, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Todos los ataques del presidente contra ellos se fundamentan en mentiras puras y duras. Son una muestra más de cómo López Obrador siempre ha visto a las víctimas como una fuente de indignación política útil para sus ambiciones de poder y su retórica de reivindicación social; pero, cuando dejan de servirle para estos fines, se convierten en sus adversarios políticos, en parte de la supuesta élite conservadora que se le opone.