‘‘Sobre la carretera Tixtla-Chilpancingo, a escasos cien metros del caserío principal, hacia la izquierda, aparece una brecha pavimentada que casi luego se encaja en un pequeño bosque lleno de altos, verdes y asombrosos eucaliptos’’. Ahí, en la brecha descrita por Raúl Mejía Cazapa en su libro Escuela Normal Rural de Ayotzinapa: notas sobre su historia, se encuentran las escaleras de piedra que conectan a los estudiantes y viajeros de la Normal de Ayotzinapa. ‘‘Única’’ en su género en el estado de Guerrero, según Mejía Cazapa.
Dentro del valle fértil, poseedor de ‘‘dos características contrastantes: es seco y humedo’’ y limitado por montañas, el 2 de marzo de 1926, se inauguró la Escuela Normal Regional ‘‘Conrado Abunde’’ en el centro de Tixtla.
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Ese mismo día, 27 estudiantes iniciaron trabajos sin ningún tipo de inmobiliario. Las sillas y las mesas tuvieron que ser pedidas a pobladores de Tixtla. Como siempre, la gente no dudó en acudir al auxilio, mientras que normalistas por medio de su ‘‘creatividad’’ construyeron muebles de piedra y con la madera de árboles, además de la organización de kermeses y obras de teatro para juntar fondos.
En agosto del mismo 1926, más estudiantes tuvieron la posibilidad de ingresar a la Normal, por lo tanto, fue necesario el incremento de materiales. Todos pusieron su grano de arena, desde el estudiante que limpiaba hasta el carpintero que fabricaba pupitres.
Luego, en la década de los 30, Raúl Isidro Burgos decidió mudar la Escuela al predio descrito por Cazapa al inicio de este texto. Con sus manos y junto a los estudiantes, levantaron el edificio principal de la Normal Rural.
Profesores como Hipólito Cárdenas Deloya (en algún momento también director), Leonor R. de Bonilla, Aurora Rebentún, Alicia J. Mc Clelland y Ezequiel Valle, fueron los primeros en impartir cátedra. Sin dejar al ‘‘arquitecto espiritual’’ Raúl Isidro Burgos, oriundo de Cuernavaca, a un lado.
Los estudiantes aprendieron que su forma de lucha era leyendo y llevando el conocimiento a las calles, por medio de mítines, repartiendo volantes, realizando pintas, marchas y plantones.
El proyecto de las normales rurales nació después de la Revolución Mexicana, y es que en ese tiempo la gente del campo no tenía acceso a la educación. El objetivo era y es que los profesores egresados trabajen en las zonas marginales del país, desde Oaxaca hasta Chihuahua.
Las murallas, en la mayoría de los casos, son levantadas por las manos de los propios estudiantes, quienes tienen una educación ‘‘socialista’’, y por lo cual han sido una piedra en el zapato de los gobiernos desde su creación. Al principio eran 32 normales, hoy solo quedan 16, la última en desaparecer fue La Mexe en el estado de Hidalgo, cuya matrícula se comenzó a reducir durante el gobierno de Jesús Murillo Karam en esa entidad.
La Normal de Ayotzinapa ha recibido ataques desde hace décadas. Varios de ellos mortales:
1941, Ayotzinapa
Desde 1941 se acusó a los normalistas de organizar huelgas para intentar quitar los recursos de la institución educativa. La resistencia de los propios estudiantes y maestros provocó que la escuela no desapareciera.
1968
A los caídos en la Plaza de las Tres Culturas en la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, se sumaron desaparecidos en todo el país, entre ellos, normalistas de Ayotzinapa.
1988
El 12 de octubre de 1988, Juan Manuel, estudiante, fue asesinado en las escaleras de la Normal por elementos de la policía motorizada.
12 de diciembre de 2011
Normalistas de Ayotzinapa bloquearon la autopista del Sol el 12 de diciembre de 2011 y, tras enfrentamientos con policías, Jorge Alexis Pino y Gabriel Echeverría de Jesús perdieron de 2011 a 2014.
La noche de Iguala
Durante la noche de 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014, policías municipales y presuntos miembros del crimen organizado atacaron a más de 100 estudiantes que viajaron desde Ayotzinapa.
Mataron a tres de los normalistas, desaparecieron a 43 y dejaron lesiones de por vida a otros.
Durante los siguientes meses, estructuras de todos los niveles del Estado mexicano colaboraron para ocultar lo que realmente había ocurrido con los normalistas.
Hasta este marzo de 2024, casi 10 años después, no hay certeza sobre qué pasó.