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Carnada electoral

Más que ante un proyecto abocado a atender de manera integral problemáticas específicas, estamos ante una muy ecléctica y ambiciosísima lista de supermercado para influir en el proceso electoral.
mar 06 febrero 2024 11:58 PM
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Mientras la oposición adelantó que no permitirán cambios que atenten contra el equilibrio de poderes, Morena y sus aliados aplaudieron el paquete de reformas que presentó el presidente Andrés Manuel López Obrador.

López Obrador no es un gobernante talentoso, es un animal político muy hábil. No es el prócer que pretende, tampoco un mandatario que destaque por su sentido de la responsabilidad ni su compromiso con el México del futuro; sus dotes como líder de un movimiento, su inteligencia estratégica y su olfato para la coyuntura, sin embargo, son innegables. El paquete de reformas constitucionales que recién ha presentado lo retrata justo así, en la plenitud lo mismo de sus carencias que de su pericia: como un presidente sin visión de Estado pero un verdadero virtuoso de la grilla electoral.

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Al momento de escribir estas líneas no conoce mucho sobre los detalles finos de la iniciativa; su orientación general, con todo, ya es bien conocida. Más que un proyecto abocado a atender de manera integral problemáticas específicas, consistente con un diagnóstico sustantivo o que tenga un fundamento técnico mínimamente reconocible, estamos ante lo que no se puede caracterizar más que como una muy ecléctica y ambiciosísima lista de supermercado: reformar el sistema de pensiones y la industria eléctrica; garantizar el derecho a la vivienda, a la atención médica gratuita, al trabajo y a la educación; incorporar la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa; desaparecer varios órganos autónomos; prohibir el maltrato animal, el fracking, el maíz transgénico, el fentanilo y los vapeadores; eliminar la figura de los legisladores plurinominales; establecer un salario mínimo para militares, marinos, maestros, policías, campesinos, médicos y enfermeras; elegir popularmente a los consejeros electorales, jueces y magistrados del Poder Judicial, así como a los ministros de la Suprema Corte; en fin, bistecs, detergente, sal de uvas, plátanos, champú, cervezas, papel de baño…

La coalición obradorista no tiene suficientes votos para aprobar semejante surtido de reformas, pero eso es lo de menos. Su propósito, se sabe de antemano, no es legislativo. Más que querer cambiar realmente la Constitución, lo que busca esta maniobra presidencial es influir en el proceso electoral. ¿Cómo?

En primer lugar, saturando el espacio mediático con un tema que consumirá mucha cobertura aunque carezca de viabilidad. Los medios de comunicación producirán debate, crítica, polémica, ruido y furia. Al hacerlo, dotarán a la iniciativa de una apariencia de seriedad e importancia que no amerita, pero que de todos modos servirá para distraer la conversación pública y evitar que se hable de otros asuntos que perjudican al presidente, a su candidata y a su partido. Por ejemplo, de la violencia y el creciente arraigo de la gobernanza criminal, de las revelaciones de corrupción en el círculo más cercano del presidente, del desvío de recursos y la inequidad en la contienda electoral, del colapso del sistema de salud, de la crisis del agua, etcétera.

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En segundo lugar, creando presión sobre las oposiciones. Por un lado, obligándolas a posicionarse en temas que tienen harto potencial para dividirlas internamente, para crear desacuerdos en un momento en el que lo prioritario tendría que ser la unidad. Y, por el otro lado, dándole a su coalición nuevos insumos para enfrentarlas, para generarles costos políticos e incluso chantajearlas, sobre todo en la medida que varias de las propuestas seguramente gozan de apoyo popular mayoritario (e.g., elegir popularmente a los ministros de la Suprema Corte o eliminar a los plurinominales) o parecen de elemental justicia (e.g., garantizar derechos o prohibir el maltrato animal).

Y en tercer lugar, imponiéndole su agenda a Claudia Sheinbaum, quien en lugar de hablar de lo que ella haría en caso de ganar, tendrá que salir a defender la iniciativa aunque no sea suya. El propio López Obrador ni siquiera ha tenido la cortesía de simular que la consultó o la tomó en cuenta. El desplante de poder difícilmente podría ser más obvio: los planos para el supuesto “segundo piso de la 4T” se los está dejando ya hechos el presidente a la candidata y a la siguiente bancada obradorista en el Congreso. López Obrador les está avisando que no quiere que haya margen para distanciarse ni innovar. La transformación seguirá siendo él.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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