Este relato siempre fue simplista y no reflejaba fielmente la compleja realidad del crimen organizado en México. Sin embargo, en su momento, tenía cierto sustento en la realidad, puesto que, en efecto, el negocio principal de los grupos criminales era el tráfico de drogas y éstos se disputaban rutas y mercados para su distribución y venta.
Hoy, el problema de lo que conocemos como “crimen organizado” es mucho más complejo y ese relato ya no se sostiene, ni siquiera como explicación simplista y didáctica.
Para empezar, nos imaginamos a eso que llamamos “cárteles” como actores completamente racionales, como empresas que actúan con una lógica de negocios, con decisiones de costo-beneficio. Hay algo de eso en la realidad, sobre todo en las organizaciones criminales grandes y trasnacionales, como el Cártel Jalisco Nueva Generación o el de Sinaloa.
No obstante, hay muchas otras bandas de menor tamaño que actúan con otras lógicas y parámetros. Son más impredecibles, violentas y volátiles. Por supuesto, también les interesa hacer negocios y enriquecerse, pero su objetivo principal no es vender drogas, sino controlar territorios.
En la práctica, estas bandas operan como un microestado paralelo en las regiones que dominan. Son quienes regulan la vida económica y social, y quienes dictan las reglas no escritas. Se enriquecen por medio de extorsiones de distintos tipos: desde el cobro de piso a los pequeños comerciantes hasta las cuotas que les pagan las grandes empresas para operar en sus territorios; desde el derecho de paso para quienes transitan por ahí hasta el control de mercados locales o el cobro de impuestos informales a agricultores, negocios informales y microempresas.
Los dos tipos de organizaciones delictivas que describí están interconectados. A veces, un grupo criminal grande puede valerse de pequeñas bandas para realizar sus actividades en determinadas regiones; otras veces, hay disputas entre dos grupos criminales (ya sean pequeños o grandes); en ocasiones, ambos tipos de bandas controlan territorios en conjunto; en otras ocasiones, grupos pequeños fungen como tributarios o sicarios de los grupos grandes.
Además, los dos tipos de organizaciones delictivas necesitan operar con el mayor grado de impunidad posible. Para ello, requieren la colaboración o la omisión de las autoridades formales (desde los presidentes municipales hasta las instituciones federales), las cuales obtienen mediante la cooptación, los sobornos, la intimidación, el apoyo a candidaturas y muchos otros instrumentos.
Lo que ha ocurrido en los últimos años es que ha proliferado y se ha extendido el segundo tipo de organizaciones criminales (las locales, sobre todo interesadas en el control de territorios). Además, estas bandas han echado raíces profundas y gruesas en diversas regiones, en las que llevan mucho tiempo incidiendo, pero hoy controlan con más fuerza que nunca.