Dicho de manera más sencilla: sin tragos, no hay fiesta, y una conversación no fluye igual con una taza de café que con una copa de vino. Esto se debe a que el tequila desinhibe. El mezcal suelta el cuerpo y la lengua. Un sorbo de güisqui sienta las bases de una buena conversación. Una cerveza fortalece los vínculos de confianza y reciprocidad. Y una cuba anima a bailar, bromear y reír.
El brindis es una práctica que también ha llamado la atención de antropólogos, historiadores y sociólogos por igual. Un brindis puede servir para desearse parabienes mutuos, para arrancar un proyecto conjunto, para recordar a alguien que ya no está con nosotros, para celebrar una nueva amistad, para conmemorar una ocasión especial, para marcar un momento en la memoria, para expresar admiración hacia una persona o para manifestar el cariño que hay entre los miembros de un colectivo. Incluso, en ocasiones, un brindis puede ser un momento de catarsis colectiva o desahogo grupal.
Así las cosas, no solamente bebemos para emborracharnos, sino que compartir alcohol con nuestros seres queridos es una práctica cultural y un acto de sociabilidad con significados profundos. Y en una época tan llena de emociones como diciembre, tenemos sobradas razones para beber.
Por un lado, celebramos el gusto de compartir estas fechas con nuestras familias y brindamos por la fortuna de cerrar otro año juntos. Por otro lado, es cuando nos encontramos con amigos y parientes que muchas veces no hemos visto en meses, por lo que es momento reconectar con antiguas amistades y el alcohol es el dispositivo para vincularnos. Además, bebemos para lidiar con la melancolía y la ansiedad que produce el año que se va, o bien para celebrar el comienzo de un nuevo proyecto en el año que empieza.
Ya en enero habrá tiempo para la moderación o la abstención. Por ahora, brindemos, disfrutemos, festejemos y bebamos para despedir el año que concluye.
¡Salud! ¡Y a seguir las fiestas!