La inclusión laboral de las mujeres presenta obstáculos estructurales relacionados con la división sexual del trabajo y la organización social del cuidado. Su presencia en el mercado laboral no se refleja en la disminución del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado ni en una mayor participación de los hombres en estas labores; por el contrario, se ha reforzado la carga de actividades en súper mujeres profundamente exhaustas. La pandemia de Covid-19 mostró la relevancia de las tareas de cuidado que cotidianamente realizan millones de mujeres y que son esenciales para el desarrollo familiar.
#ColumnaInvitada | Los cuidados y la inclusión laboral de las mujeres
La pandemia de Covid-19 mostró la relevancia de las tareas de cuidado que cotidianamente realizan millones de mujeres y que son esenciales para el desarrollo familiar.
@ClauCorichi
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La economía del cuidado comprende todo el trabajo doméstico y de cuidados que se realiza de forma no remunerada, así como el que se ejerce de forma remunerada en el mercado laboral. La primera Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (Enasic) del Inegi reporta que, en 2022, 31.7 millones de personas brindaron cuidados a integrantes de su hogar o fuera de ellos. De esa población, 75% correspondió a mujeres y 25% a hombres.
El desequilibrio en la participación compartida de los cuidados profundiza las desigualdades entre mujeres y hombres y dificulta la incorporación laboral de ellas a actividades formales que les garanticen estabilidad laboral y protección social. Tales barreras de acceso alejan la posibilidad de que cuenten con autonomía económica, tema crucial en quienes son jefas de familia que hoy representan casi la tercera parte de la población.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reporta que, en la región, los hombres destinan más de la mitad de su tiempo de trabajo al mercado laboral, mientras que las mujeres destinan aproximadamente un tercio. En el caso del trabajo no remunerado la proporción se invierte, y las mujeres destinan más de la mitad de su tiempo de trabajo al no remunerado, mientras que en algunos países los hombres ni siquiera llegan a destinar un tercio.
Con base en la Enasic, las mujeres dedicaron en promedio casi 38 horas a la semana en labores de cuidados, mientras que los hombres 25.6, una diferencia de más de 12 horas semanales. Con la evidencia de las horas que dedican las mujeres al trabajo remunerado y no remunerado, es posible afirmar que la carga total de trabajo de las mujeres supera a la de hombres.
La división social del trabajo asigna a las mujeres la responsabilidad de atender a personas susceptibles de recibir cuidados en su hogar o fuera de él. En el país, 30 millones de hogares (78% del total nacional) tiene al menos una persona con discapacidad o dependencia, población infantil, adolescente y personas adultas mayores, aunque la realidad es que todas y todos requerimos en algún momento de cuidados.
El confinamiento durante la pandemia multiplicó la carga del trabajo de niñas y mujeres en los hogares. El cierre de escuelas, guarderías, centros de cuidado infantil y la atención en clínicas y hospitales sólo para personas contagiadas por el coronavirus, puso a prueba la capacidad, experiencia, conocimiento y habilidades del conjunto de las mujeres en México (y el mundo) para atender durante largas jornadas a los integrantes de la familia y asumir de facto el papel de enfermeras, cuidadoras y docentes que se añadían al aseo del domicilio, preparación de alimentos y la limpieza de la ropa.
El cambio demográfico como el envejecimiento de la población, empleos más tecnificados y los efectos de la crisis del clima con ondas de calor más extendidas, están generando una mayor demanda de trabajo en el sector de los cuidados, de personal capacitado y la reducción del tiempo y el número de personas disponibles para proveerlos.
¿Cómo equilibrar las sobrecargas del trabajo no remunerado, cambiar las condiciones laborales de informalidad del empleo remunerado y las barreras estructurales para la inserción laboral? Es posible avanzar si se promueven políticas públicas de género de forma integral. A la par, es fundamental impulsar políticas de inclusión laboral que se vinculen con acciones resilientes de cuidado y en ello, sin duda, las guarderías son pilar fundamental.
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Desde noviembre de 2020, el Senado recibió la minuta que eleva a rango constitucional el derecho a cuidar y ser cuidado y otorga facultades al Congreso para expedir la Ley General en materia del Sistema Nacional de Cuidados sin que a la fecha la haya dictaminado.
La agenda de cuidados es relevante en varios sentidos. El valor económico del trabajo no remunerado alcanzó en 2022 un monto de 7.2 billones de pesos, equivalente a 24.3% del PIB nacional; las mujeres contribuyeron con 72% y los hombres con 28%.
La distribución desigual del trabajo no remunerado en los hogares (cuidados) es un obstáculo que agudiza la brecha laboral. Conviene superar la percepción social que adjudica las actividades del hogar sólo a las mujeres y alentar la participación igualitaria del trabajo doméstico con una nueva cultura laboral.
Es apremiante contar con un Sistema Nacional de Cuidados para que el Estado garantice el derecho al cuidado digno con base en el principio de corresponsabilidad entre mujeres y hombres; su implementación atiende disposiciones legales de carácter internacional que México ha suscrito. Debemos cumplir con ese mandato y promover un cambio en las políticas públicas pero también en lo cultural.
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Nota del editor: La autora es titular de la Unidad de Igualdad de Género y Cultura de la Fiscalización de la ASF. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.
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