1. Pulverizaron la esfera pública e intensificaron la polarización. Los medios tradicionales se encargaban de acercar información y análisis sobre el acontecer político a los ciudadanos. Es cierto que esa información y ese análisis estaban mediados por las posiciones políticas y las decisiones editoriales de los medios de comunicación; pero también es verdad que éstos ejercían ciertos controles sobre las noticias que publicaban, las cuales debían tener, al menos, cierto sustento en la realidad y un mínimo de rigor periodístico. Si bien cada lector elegía su periódico favorito, la discusión pública se hacía en persona: en cafés, en cantinas, en parques o en la plaza pública. Así, los ciudadanos tenían acceso a un abanico amplio de opiniones sobre los acontecimientos políticos y se veían obligados a intercambiar puntos de vista con personas que pensaban distinto. Además, que la discusión pública fuera en persona, y no detrás de la pantalla de un teléfono celular, favorecía la civilidad en el diálogo. Con las redes sociales, esto dejó de ocurrir. Ya no existe un gran público. Más bien, hay muchos micropúblicos. Los algoritmos promueven que los usuarios sólo consuman la información que concuerda con sus opiniones, por lo que los ciudadanos tan sólo reafirman sus posturas políticas cada que ingresan a las redes sociales.
2. Facilitaron la desinformación. Si bien los medios narraban o analizaban los hechos de acuerdo con sus posiciones políticas o editoriales, al menos esos hechos tenían sustento en la realidad. Hoy, esto no es así. En las redes sociales, cualquier usuario puede publicar información falsa, y millones de otros usuarios pueden difundir esa información. Para las personas, el criterio de veracidad de la información ya no es si se trata de hechos verificados. Más bien, si las publicaciones embonan con las posiciones políticas de las personas, entonces eso basta para compartirlas.
3. Impulsaron la posverdad, que es un fenómeno contemporáneo en el que las opiniones pesan más que los hechos. Es decir, la realidad concreta pasa a segundo plano y las subjetividades pasan a primer plano. En el mundo de las redes sociales, cada quien cree lo que quiere creer.
4. Promovieron la política de las emociones. El nivel del debate público ha caído considerablemente con las redes sociales. La política, como los seres humanos, siempre ha estado compuesta por emoción y razón; por pasiones e ideas. No obstante, la irrupción de las redes sociales ha disminuido el peso de las ideas y ha elevado la importancia de las emociones en la política. Que las emociones tengan cierto peso en la democracia está bien. Es natural y es saludable, siempre y cuando estén mediadas por la razón. Hoy, hay mucho corazón, mucho hígado y muy poca cabeza en la discusión pública.