Cuando conocemos a alguien, uno de los primeros rasgos que notamos es su edad y casi instantáneamente nos formarnos una idea de quién puede ser, su capacidad intelectual, su estado de salud, qué tan afín puede resultar a nuestras simpatías, entre otras cosas. Este tipo de “clasificaciones” son mentalmente automáticas y, entre otras cosas, obedecen a construcciones sociales de nuestro entorno. El problema se presenta cuando a esta preconcepción de edad le damos una connotación disminuida o negativa, perpetuando una forma de discriminación conocida como “edadismo”.
El término “edadismo” fue acuñado por el psiquiatra Robert N. Butler al final de la década de 1960 para describir el proceso sistemático de estereotipar a las personas por motivos de edad. En su ensayo “Edadismo: Otra Forma de Intolerancia”, Butler explica que esta problemática surge de una aversión personal hacia el envejecimiento, la enfermedad, las discapacidades, el miedo a la impotencia y los sentimientos de exclusión e inutilidad así como el temor a la muerte. Así, existe una tendencia por percibir a las personas adultas mayores como “cargas” o “imposiciones” que no tienen nada qué aportar a una sociedad que valora por sobre todas las cosas la exacerbada productividad y el consumo (Butler, 1969).
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud define al edadismo como los estereotipos (cómo pensamos), los prejuicios (cómo nos sentimos) y la discriminación (cómo actuamos) hacia personas debido a su edad. Este organismo apunta que las cifras de incidencia del edadismo son impresionantes: actualmente una de cada dos personas ejerce discriminación por motivos de edad; sí, la mitad de la población discriminamos por motivos de edad.
El edadismo puede ser de tres tipos: i) institucional -leyes, reglas, normas sociales, políticas o prácticas de las instituciones que sistemática e injustamente restringen oportunidades a las personas por su edad-; ii) Interpersonal -entre integrantes de un núcleo social-; o, iii) autodirigido -la persona lo internaliza y utiliza en su contra- (OMS 2021).
En el caso particular de México, la Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2022 reportó que el 30.5% de la población de 60 años y más opinó que sus derechos se respetan poco, mientras que el 43.3% de las personas encuestadas considera que las personas adultas mayores son una carga para su familia (ENADIS, 2022).
El término “edadismo” se identifica mayoritariamente con la discriminación que se ejerce hacia personas adultas mayores, sin embargo, es importante destacar que la discriminación por edad también la resienten niños, niñas y adolescentes (NNA). Esto porque se les considera seres inmaduros, incapaces de cuidarse a sí mismos y de formarse una opinión propia. Sin embargo, culturalmente hemos hecho un cambio importante para evitar la crianza adulto-céntrica y cada vez se reconoce con mayor fuerza y regulación los derechos humanos de las NNA para que, protegiendo y acompañando su formación en desarrollo, se respete el ejercicio de sus libertades en la medida que van adquiriendo su autonomía progresiva.
Ahora bien, es cierto que para contrarrestar el edadismo podemos trabajar en nuestra vida diaria aumentando nuestra empatía y procurando una mayor convivencia intergeneracional; lo cierto es que el verdadero cambio debe ser institucional.