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#ColumnaInvitada | De una casi boomer a una “guana bi” millennial

El salario emocional no reemplaza al económico, sino que actúa en conjunto con él. Muchas empresas han comenzado a comprender la importancia de este enfoque integral.
lun 21 agosto 2023 06:00 AM
De una casi boomer a una "guana bi" millennial
Las nuevas generaciones han aportado valiosas lecciones sobre la importancia del equilibrio entre la vida personal y profesional, y la atención a la salud mental, apunta Alejandra Spitalier.

La brecha generacional entre los baby boomers y los millennials ha sido un tema de conversación durante años. Uno de los aspectos clave que distingue a estas generaciones es su enfoque hacia el trabajo y la propiedad. Los boomers, nacidos en la posguerra, tuvieron la oportunidad de comprar casas a precios asequibles y desarrollar carreras sólidas en un panorama económico más favorable. Por otro lado, los millennials, nacidos en las últimas décadas del siglo XX, enfrentan desafíos económicos y laborales distintos que trascienden a cuestiones más allá de lo económico.

Una de las críticas hacia los millennials es que carecen de dedicación y compromiso laboral, a diferencia de la entrega de los boomers. Ello tal vez se explique por la demanda y oferta que presenciaron las primeras generaciones en donde reinaba una época de estabilidad laboral, en la que las empresas solían ofrecer beneficios a largo plazo, como jubilación y seguros de salud. Sin embargo, los millennials han crecido en un contexto de creciente precariedad laboral, trabajos temporales, contratos a corto plazo y menos oportunidades de crecimiento.

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La vida de “lujos” momentáneos que algunos millennials parecen disfrutar, como cafés costosos y alimentos de moda, ha sido el objeto central de múltiples críticas, pues prefieren hacer eso en lugar de priorizar el ahorro para la adquisición de propiedades. Sin embargo, los costos de vida han aumentado significativamente desde la época de los boomers, lo que hace que la posibilidad de adquirir propiedades sea mucho más desafiante para los millennials. Los precios de las viviendas y los niveles de deudas estudiantiles -que pareciera que son parte ya de un compromiso básico para estar en niveles medianamente competitivos-, han alcanzado niveles sin precedente que impiden un amplio acceso a la propiedad inmobiliaria de esta generación.

Así, se ha comprobado con corridas financieras que comparan el nivel adquisitivo promedio de ambas generaciones, que, aunque los millenials dejaran de gastar en bienes o distracciones pasajeras, el ahorro sería insuficiente para inversiones de otro tipo.

Con estos datos duros, aprecio que los millennials han dado prioridad a aspectos significativos de la vida personal que van más allá de los bienes materiales. Han redefinido el éxito y la calidad de vida, valorando experiencias, tiempo de esparcimiento, vida familiar y salud mental. La adquisición de propiedades ya no es vista como la medida definitiva del logro; en cambio, se valora más la capacidad de disfrutar el presente, la habilidad de poner límites más saludables entre lo laboral y lo personal, la posibilidad de cultivar relaciones significativas y cuidar la salud mental, entre otros.

Esta aparente contradicción entre una vida lujosa y la falta de propiedad también puede entenderse como una respuesta a las incertidumbres económicas y la evolución del concepto de éxito. Los millennials han sido testigos de crisis económicas, cambios tecnológicos y desafíos globales que han influido en sus valores y prioridades. En un mundo en constante cambio se han adaptado enfocándose en aspectos de la vida que los han hecho más flexibles y resilientes frente a la incertidumbre.

Por lo tanto, las decisiones que han tomado los millennials son el resultado de las oportunidades económicas disponibles, los desafíos generacionales y las perspectivas cambiantes sobre el éxito y la satisfacción. Así, es posible comprender cómo los millennials han redefinido los valores tradicionales y han priorizado aspectos de la vida, creando un enfoque único y valioso que reconoce la importancia de la salud mental, la realización personal y la conexión emocional sobre las cosas materiales.

En este sentido, se ha popularizado el término de “salario emocional”, de Marisa Elizundia, quien sostiene que gastamos una parte sustancial de nuestras vidas trabajando -un tercio o más- y que este compromiso no debe basarse únicamente en el aspecto económico.

Esto es, el salario emocional abarca una serie de elementos fundamentales que van más allá del sueldo monetario y que resultan cruciales para medir la satisfacción en el trabajo como la autonomía, el sentido de pertenencia, la creatividad, la dirección, el disfrute, el reconocimiento, la inspiración, el propósito y el crecimiento personal y profesional. Así, podemos destacar que el valor de un empleo no debe limitarse a su remuneración financiera, sino que debe incluir la gratificación y el enriquecimiento personal que se obtienen. El énfasis en el salario emocional refleja un cambio en la forma en que las nuevas generaciones, incluidos los millennials, valoran su tiempo y compromiso en el lugar de trabajo.

Es importante destacar que el salario emocional no reemplaza al económico, sino que actúa en conjunto con él. Muchas empresas han comenzado a comprender la importancia de este enfoque integral, utilizando el salario emocional como estrategia para atraer y retener talento. La satisfacción y bienestar de los empleados se traducen en mayor productividad y lealtad a la empresa.

En este contexto, las nuevas generaciones han aportado valiosas lecciones sobre la importancia del equilibrio entre la vida personal y profesional, y la atención a la salud mental. Los millennials han demostrado cómo balancear sus deseos de disfrutar el presente con la necesidad de asegurar un futuro incierto. Estos cambios de enfoque han influido en la manera en que las empresas y la sociedad en general consideran el trabajo y la carga emocional y mental que conlleva.

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Por mi parte, me declaro entre ambas generaciones. Aunque nací en año millennial, me criaron más como boomer; sin duda los ladrillos me dan mayor paz mental en comparación a las experiencias, pero prefiero mil veces invertir en las segundas. Me parece que la pandemia del covid nos dio una lección como humanidad: nunca sabremos cuándo termina nuestra seguridad ni para qué invertimos en cosas con mayor permanencia que nuestra efímera existencia. Basta reflexionar sobre la “gran renuncia” que se actualizó en la post pandemia con miles de jóvenes que se dieron cuenta que los ingresos recibidos no se comparan al tiempo invertido.

Lo cierto es que nuestra juventud nos marca la pauta. Hago votos porque los boomers aprendamos de los millenials que la salud mental, el salario emocional y el goce del presente son indispensables para el éxito tanto personal como profesional. Las empresas y las instituciones también deberíamos escuchar y validar esta forma de vivir la vida, tal vez con menos determinación, pero probablemente con mayor equilibrio.

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Nota del editor: Alejandra Spitalier es Coordinadora de la ponencia del ministro Arturo Zaldívar. Siguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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