Sin duda hay temas muy preocupantes que merecen un análisis exhaustivo y meticuloso por sus enormes consecuencias y complicaciones futuras. Ahí tenemos cuestiones como el militarismo, la polarización, el ataque institucional, la debilidad del Estado de Derecho y la dilución de la división de poderes, entre otros. Pero en esta pieza me quiero dedicar a otro tema que es igualmente grave, si no es que, incluso, más peligroso. Y me refiero a la creciente presencia y embate de la delincuencia organizada y el papel que tiene hoy en día en prácticamente todas las regiones del país.
Como la humedad que no se detiene ante nada, así tenemos a las organizaciones delictivas que ante la clara complicidad del aparato gubernamental de Morena se despliega sin contención o límite alguno. Y es que el pacto entre los guindas y los delincuentes tiene múltiples aristas. Empezó por el financiamiento de un partido que, de no existir, en un plazo de cuatro a cinco años llegó a dominar la escena política con presidencia y grandes pedazos del Legislativo federal, diputaciones locales y gobiernos estatales. Eso no es posible sin una inyección económica y operación de tierra con el aval de los amantes del mal. Ese arreglo no es figurado sino real y palpable.
Lo que inició como un pacto económico se convirtió en los hechos en una sociedad perfectamente visible en que el presidente saluda a las madres de narcos, libera a hijos de los mismos, y señala que se portan bien en las elecciones. Y cómo no se van a portar bien, si en 2021 y 2022 lograron modificar las referencias de votación para inclinarlas en favor del partido oficial, recurriendo en los hechos a intimidación, secuestros, homicidios e inserción de candidatos propios. El efecto y resultado es dramático porque hoy significa que se entregó al país a los malandrines por unos cuantos pesos. Pignoraron al país por unos cuantos votos. Su voracidad comicial pasó por encima de los valores más importantes para una democracia funcional, y por ello es que ahora ya no se nos considera como tal por publicaciones tan importantes como The Economist, para la cual somos ya un régimen híbrido y en camino hacia una autocracia.
El problema que vemos ahora es que ya no es una cuestión solamente económica, sino que en vastas zonas territoriales el Estado mexicano ha sido reemplazado en los hechos por dichas bandas de delincuentes. Así vemos que el despliegue de cuerpos que se dedican a extorsionar a negocios, a vender seguridad privada, a cobrar cuotas por entregas de mercancías, a quedarse con minas u otras zonas industriales, y desafiar el control de las funciones estatales más elementales, hoy lo hacen en absoluto descaro y con la población sin defensa alguna. Las autoridades han abandonado sus tareas esenciales y cedido las mismas a las bandas.
El efecto es dramático cuando se toma en cuenta que ya ni siquiera las fuerzas armadas están haciendo algo por detener la marcha de las bandas de malhechores. De hecho, bajo la estrategia fallida de seguridad, parece y de hecho los abrazan y no los atacan. Toda una desgracia para la tradición castrense en materia de seguridad nacional y haciendo un ridículo en tareas de seguridad pública. El mundo al revés y mientras tanto Morena apostando con creces a que sean los delincuentes quienes les apoyen para tratar de ganar las elecciones en 2024 a sabiendas de que por el proceso democrático ya no la tienen segura, ni siquiera con su engaño populista o retórica falaz. En Morena están dispuestos a ceder todo el control a los malandrines si de esa manera aumentan triunfos en las urnas. Ya no tienen empacho alguno en ceder al país y desterrar la normalidad democrática.