Hay al menos tres capas de simulación en el proceso que ha emprendido Morena para definir su candidatura a la presidencia. Primero está la simulación legal, pretender que no están haciendo lo que todos sabemos que están haciendo sino llevando a cabo “giras” para encabezar la “coordinación de los comités en defensa de la 4T”, con el fin de evadir lo que establece la legislación electoral en la materia. Luego está la simulación democrática, reducir la contienda al mínimo en lugar de permitir la competencia abierta, sustituir el acto soberano de votar por el ejercicio probabilístico de responder una encuesta, para mantener la unidad cupular aunque sea a costa de la participación popular. Finalmente, está la simulación programática, impedir que los aspirantes formulen y contrasten propuestas, que debatan y polemicen, como si por ser oficialistas no hubiera entre ellos ninguna discrepancia significativa.
Sheinbaum y Ebrard: diferencias
Esta última simulación, sin embargo, es muy endeble pues, por mucho que todos intenten autoproclamarse celosos custodios del legado de la “transformación”, la verdad es que no son iguales en su trayectoria ni en sus argumentos ni en su estilo. Con el deliberado propósito de registrar sus principales diferencias, este fin de semana me di a la tarea de revisar las entrevistas que le ha hecho Gabriela Warkentin, para Gatopardo ( https://presidenciables.gatopardo.com/ ), a Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. A continuación mis apuntes al respecto.
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Sheinbaum dice que quiere ser presidenta, básicamente, por ser mujer y porque cree en el proyecto de López Obrador. Sobre lo primero, sostiene que sería histórico, que desmontaría estereotipos y pondría un ejemplo para futuras generaciones, sobre todo para las niñas, al tiempo que implicaría impulsar una visión distinta, basada en la empatía de lo que para ella significa ser madre, jefa de familia y en tener un compromiso de vida con la educación. Su énfasis está menos en responder al contenido concreto de las luchas feministas que en aprovechar la fuerza simbólica de romper el techo de cristal. Y sobre lo segundo, es explícita en reconocer que, más allá de su participación en el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario a fines de los años 80, su carrera política propiamente dicha siempre ha estado vinculada a la de López Obrador. Niega ser su clon, asevera que ella tiene una voz propia, aunque no deja pasar ninguna oportunidad para justificar sus políticas, para reiterar que comulga con ellas y recordar que lleva muchos años trabajando con él.
Sus virtudes son su formación científica; su insistencia en la importancia de reforzar la educación pública; y su especialidad en medio ambiente, transición energética y crisis climática. Sus defectos son apelar tanto al valor genérico de ser mujer sin tener una agenda específica de políticas públicas con perspectiva género; y el contraste entre su solvencia académica y su dependencia política del presidente. Las dos ideas más interesantes con la que me quedé tras escucharla fueron, uno, que no se puede atender el problema de la violencia sin atender los déficits del sistema de justicia; y, dos, que no hay asunto que le parezca de mayor trascendencia que combatir la desigualdad.
Ebrard se presenta como un todoterreno de la política mexicana. Advierte que lleva toda la vida preparándose para ser presidente, ejerciendo diferentes responsabilidades, enfrentando cualquier cantidad de crisis y desafíos. Ese itinerario profesional, asegura, le ha permitido desarrollar una visión muy completa del país, entender sus retos y necesidades. Evade la espinosa cuestión de su paso por múltiples partidos (PRI, PVEM, PCD, PRD y Morena) con el cuestionable argumento de que ha sido por congruencia, pero transmite con claridad el aprendizaje que ha acumulado en sus distintos cargos. Quiere ser presidente, dice admitiendo con la boca chica el complicado horizonte que entrevé para el siguiente sexenio, porque se ha curtido remontando adversidades. Su prioridad es aprovechar la oportunidad que abre para México la tensión geopolítica entre China y Estados Unidos: que haya más inversión, más crecimiento, más desarrollo para, en última instancia, ensanchar a las clases medias.
Sus fortalezas están en su habilidad ejecutiva y en su larga experiencia como funcionario público. Su perfil no es el de un activista, tampoco el de un tecnócrata; es, en todo caso, el de un político profesional. Sus debilidades están en su pragmatismo extremo –claramente no es un hombre de ideales ni convicciones–; y en su falta de arraigo al interior del obradorismo, que no deja de verlo con cierto recelo. Las ideas más relevantes que rescato de su entrevista son, por un lado, que para reducir la violencia en México es indispensable lograr un mejor entendimiento con Estados Unidos; y, por el otro, que los grandes cambios no pueden materializarse si se dejan consumir por las coyunturas y olvidan el largo plazo.
Si tuviera que resumirlos en una palabra, diría que Marcelo encarna la capacidad y Claudia la fidelidad.
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