Los simpatizantes de la coalición también arguyen que, en países con mandatarios populistas, la oposición se dividió y eso fue lo que permitió el ascenso y la consolidación de los regímenes autoritarios.
Estos argumentos han sido tan exitosos que los críticos del gobierno lo repiten incansablemente. Incluso, muchos de ellos exhortan a Movimiento Ciudadano a unirse al “bloque opositor”, toda vez que “la oposición unida tendría los votos suficientes para derrotar a Morena en 2024”.
Pese a su éxito, creo que vale la pena cuestionar estos postulados. No podemos negar que llevan cierto grado de razón: tenemos un presidente abiertamente antipluralista, que ataca a la prensa crítica, a la oposición partidista y a las organizaciones de la sociedad civil día con día, al tiempo que intenta debilitar al Poder Judicial y al árbitro electoral, cada vez con más saña y desfachatez.
Pero, en serio, ¿la única manera de derrotar a López Obrador en las urnas es con toda la oposición unida? Honestamente lo dudo, por la simple razón de que el PRI forma parte de esa coalición. Y no estamos hablando del Partido Revolucionario Institucional en genérico, sino del PRI de Alito Moreno.
Todas las encuestas coinciden en señalar al PRI como el partido peor calificado por los ciudadanos y como al que más se le asocia con la corrupción. Además, en reiteradas ocasiones, el Revolucionario Institucional ha demostrado no ser un aliado digno de confianza: sus gobernadores han preferido cruzarse de brazos a disputarle el poder a Morena; los funcionarios del gobierno pasado han sido cobardes y han optado por esconderse antes de defender su proyecto político; y los legisladores tricolores han sido obsequiosos con el oficialismo en varias votaciones importantes en el Congreso.
De verdad, ¿le ha servido de algo al PAN tener al PRI de aliado? Los simpatizantes de la alianza me dirán que sí, que observe los números, que juntos suman más votos y se tornan competitivos, mientras que separados no podrían disputarle el poder al oficialismo.
Sin embargo, eso sólo es cierto hoy por las decisiones que tomó el PAN al principio del sexenio. Si no, estaríamos hablando de una realidad muy distinta.
Al principio del sexenio, el PAN tenía la mesa puesta para convertirse en el partido de oposición y construir un proyecto político rumbo a 2024. El PRI estaba debilitado, desacreditado y marcado por la corrupción del peñismo. Acción Nacional pudo haberse distanciado del tricolor para conservar y liderar la coalición con la que compitió en 2018: es decir, su alianza con Movimiento Ciudadano y el PRD, dos partidos pequeños, pero uno con cierta frescura y el otro con algunos residuos de experiencia e historia.
Repudiar la corrupción del pasado y la del presente, al tiempo de ofrecer una alternativa de futuro pudo haber sido la oferta del PAN. Podía equiparar al viejo PRI con Morena. Podía presentarse como una alternativa de centro-derecha —con algunas concesiones en política social de centro-izquierda— para los votantes moderados y, así, intentar captar a los desencantados con el obradorismo. Podía presumir las buenas gestiones de algunos gobernadores, en estados como Aguascalientes, Yucatán y Querétaro.