Una comisión independiente reveló la existencia de al menos 4,815 víctimas de sacerdotes u otros integrantes de la iglesia. Y solo es “la punta del iceberg”, dijo la Conferencia Episcopal Portuguesa. Los casos se remontan a 1950.
En 1997, en una investigación periodística, revelé los abusos sexuales cometidos por el padre Marcial Maciel contra decenas —en una estimación conservadora — de menores de edad. Era la primera vez que se hacía en la sociedad iberoamericana. También a fines de los 40 y especialmente en la década de los 50 hubo un proceso de silenciamiento cómplice del poder predominante entonces en El Vaticano.
Los abusos del líder de los Legionarios de Cristo se extendieron por casi 40 años. Hasta 1997 en el Hartford Courant y en La Jornada. Las valientes víctimas de hace 26 años ya eran adultas mayores. Algunos murieron sin hablar de su infortunio.
El aislamiento y el distanciamiento familiar de las y los niños son detonadores de la posibilidad del abuso pederasta. Romper el silencio es lo más difícil, pues llegan a sentirse responsables de haber permitido las agresiones, temen a las amenazas del victimario o romper la estabilidad familiar dado que en nueve de cada 10 casos el perpetrador se localiza en el hogar o es una persona cercana.
El abuso sexual infantil puede comenzar en la familia y transitar al espacio escolar, eclesiástico, empresarial y público. Los patrones revelan que los agresores ganan gradualmente la confianza de la víctima o familiares. Aprovechan la vulnerabilidad o la asimetría con relación a la niña, niño o adolescente.