A pocos metros están los guardias nacionales, ambos varones. Ellos no intervienen. No se hablan ni se voltean a ver, están muy serios. Diría incluso que lucen algo incómodos, descolocados. Tengo ganas de acercarme a hacerles conversación, me gustaría saber qué opinan de estar aquí, pero me disuade la rigidez de su lenguaje corporal, su tenso semblante de pocos amigos (quizá ese sea el motivo por el cual los jóvenes se acercaron a los policías y no a los guardias). Me alejo un poco y me quedo observándolos otro rato. Parecen estatuas en medio del ajetreo, piedras de río que la corriente circunda para seguir su curso. ¿Estarán cansados, molestos, aburridos? Me impresiona cuán ajena resulta su presencia en el metro. Quiero tomarles una foto con mi celular, retratar el contraste entre su apariencia disciplinadamente militar y la caótica vitalidad popular que los rodea. Titubeo. A fin de cuentas, son soldados. No vaya a ser la de malas, pienso también muy a la mexicana. Además, me insisto, voy tarde.
Al salir de la estación, por los torniquetes, me percato de dos tipos recargados en un barandal. Advierto que, como yo, prestan atención al movimiento. Miran a un lado, al otro, están al pendiente. Pero, a diferencia mía, están ahí nomás parados. Quizá esperan a alguien. Recuerdo que cuando se anunció el envío de 6,000 elementos de la Guardia Nacional al Metro se dijo que algunos irían “encubiertos”, es decir, vestidos como civiles. Especulo si será su caso, los escudriño de reojo. No puedo saber si tienen corte de pelo estilo militar porque ambos traen gorra. Noto que el más alto tiene un tatuaje en el dorso de la mano y el chaparrito un piercing en el labio inferior. Ignoro si eso les está permitido a los soldados, en ese momento creo que no. Aparte están flacuchos. Me parece que quienes han tenido algún tipo de entrenamiento militar suelen ser más fornidos. Los comparo mentalmente con los dos miembros de la Guardia Nacional que vi antes y resuelvo que no, no han de ser soldados sin uniforme. Experimento un extraño alivio.
Ya caminando sobre Tacuba, me inquieta caer en la cuenta de lo que sentí al concluir que esos tipos no eran guardias encubiertos. ¿Y si hubieran sido, no sé, carteristas? Hace algunos años, por este mismo rumbo, me robaron un celular nuevecito. ¿Y si fueran “halcones” de la Unión Tepito? Según he leído en la prensa, es el grupo delictivo más fuerte en el Centro Histórico. ¿O, ya entrado en la teorización catastrófica, qué tal que fueran cómplices de los supuestos “sabotajes” que motivaron el despliegue de la Guardia Nacional? Hasta ahora no se ha informado de alguna denuncia o investigación, tampoco se ha presentado ninguna prueba al respecto. E incluso si no fuera más que un invento del lopezobradorismo para escurrir el bulto de la responsabilidad y hacerse la víctima, lo cierto es que eso no cambia el hecho de que durante los últimos años se ha duplicado el número de siniestros en el Metro ( https://bit.ly/3WinCA5 ). La Línea 2, de la que me acabo de bajar, registró 41 accidentes entre 2015 y 2018, pero entre 2019 y 2022 fueron 87. Más del doble.