Al salir de la antigua casona de Xicotencal aquel 1 de diciembre de 2009, Arturo Zaldívar -desde ese día Ministro de la Suprema Corte-, me dejó claro que habíamos llegado para cuestionar; para lograr cambios; para ventilar con aire fresco uno de los tres poderes del estado mexicano: el Poder Judicial Federal. La ventana por fin estaba abierta. Teníamos que aprovechar la oportunidad y el privilegio para servir a nuestro país y migrar de la fila de las personas que sólo critican, hacia al campo de aquellas que hacen y trabajan por México. Teníamos mucho por hacer y poco tiempo para acometer.
En una primera etapa jurisdiccional, los cambios iniciaron a través de la presentación de proyectos de sentencia novedosos, disruptivos y garantistas en favor de derechos como los de igualdad, libre desarrollo de la personalidad, protección de grupos en situación de vulnerabilidad y presunción de inocencia.
Abrimos brecha en temas como la interrupción del embarazo, matrimonio entre personas del mismo sexo, responsabilidad constitucional del estado en la guardería ABC, consumo lúdico de la marihuana, modificación del orden tradicional de apellidos, pago económico en favor de las mujeres que realizan trabajo doméstico además de un trabajo remunerado, entre muchos otros.
Posteriormente, desde la presidencia de la Suprema Corte colaboré directamente en el diseño y ejecución de políticas públicas que constituyen un parteaguas en la administración de la justicia federal y que están siendo referente para todo el servicio público. También conformé el equipo de redacción e implementación de la reforma judicial más importante en los últimos 25 años. Ambos proyectos transformaron positivamente la manera en la que venía operando el Poder Judicial Federal.
Ahora bien, regresando la película de estos 13 años, confieso que, si bien llegamos a la Suprema Corte con estos anhelos de cambio y mucho ímpetu para lograrlos, los retos eran tantos y de tan gran calado que -para mí- eran de pronóstico reservado. Hoy puedo decir que llegamos a Ítaca y que, además, disfrutamos el viaje.
Aquí no voy a hablar de la transformación que se logró en estos años para el PJF a través de sentencias innovadoras con nuevos modelos de interpretación constitucional; de la lucha incansable por los derechos humanos; de las y los nuevos jueces de excelencia; del compromiso social de las y los defensores que liberaron a más de 41 mil personas recluidas injustificadamente; de las personas que sin recursos económicos pudieron tener una defensa de calidad; de las mujeres violentadas que se sintieron acompañadas y protegidas; de los estereotipos derrotados; de las que lograron llegar a Juezas y Magistradas Federales; de quienes lograron entrar a trabajar al PJF sin deber favores; de las mujeres que ahora son libres de decidir sobre su cuerpo.
Hoy les quiero compartir cómo lo logramos.
Todo empieza por tener un liderazgo fuerte. Un capitán de peso completo es necesario para llevar el barco a buen puerto. Nosotros, el equipo de Zaldívar, tenemos el privilegio de contar con un extraordinario jefe, mentor y estadista. Alguien que acepta el error humano, pero no los fracasos. Alguien adelantado a su tiempo. Alguien a quien no se le toma nunca por sorpresa, pero que sorprende con frecuencia. Alguien a quien no le importa si ser valiente sale caro. Alguien que enseña incluso sin darse cuenta. Alguien que saca lo más valioso de cada uno y pule las debilidades de los demás, a pesar de ellos mismos. Alguien que no puede dejar de ser -aunque quisiera-, disruptivo, idealista, frontal, práctico, ejecutivo, soñador, exigente, exquisito.
Él siempre sabe a dónde quiere y va a llegar. Así, seguirlo en su mundo -como en el de la Reina Roja- es cuestión de correr tan rápido para llegar al mismo lugar; o bien, como terminamos haciendo, correr con el doble de velocidad para arribar al destino buscado.
Teniendo como base ese liderazgo, el siguiente paso era integrar un equipo capaz de materializar los objetivos que se tenían planteados. Si nosotros queríamos obtener resultados distintos de los que ofrecía hasta entonces la Judicatura federal, debíamos cambiar la receta. Así, le apostamos a la modernidad, a las mujeres y a los jóvenes.
Pero la verdadera joya del engranaje, y por lo mismo la más difícil, era encontrar personas que, además de ser jóvenes y talentosas, compartieran las convicciones, los valores y los principios de aquello que queríamos lograr. Personas que anhelaran un cambio para su país y que se apasionaran como nosotros para lograrlo.
Descubrimos que la juventud era clave puesto que, amén de las risas y la energía que contagian las nuevas generaciones, necesitábamos corazones blancos que estallaran de pasión por el cambio, que tuvieran ese anhelo y sed de justicia, de igualdad, de libertad; en fin, de cambio positivo. De nada sirve el talento sino viene acompañado de ideales y convicciones firmes.