Los que amamos el futbol a veces tenemos que aguantar que otros, que comúnmente lo subestiman, nos digan cosas como que el deporte es lo más importante de lo menos importante.
Siempre he tenido mis dudas.
Los que amamos el futbol a veces tenemos que aguantar que otros, que comúnmente lo subestiman, nos digan cosas como que el deporte es lo más importante de lo menos importante.
Siempre he tenido mis dudas.
El deporte cumple con muchas funciones sociales y culturales, todas ellas de la mayor importancia. Pero quizá ninguna se compara con su capacidad para ejercer de bálsamo. Nada otorga alegrías tan universales como el deporte. Si alguien lo duda, solo necesita repasar las reacciones entrañables a un momento que ya queda para la historia: la extraordinaria atajada de Guillermo Ochoa al disparo del letal delantero polaco Robert Lewandowski.
En el estadio, en las plazas, en las iglesias y en las escuelas de México fue posible ver a gente de todas las edades, brincando y abrazándose con júbilo.
Un momento que da felicidad universal.
De todas las imágenes, me quedo con los varios videos conmovedores de niños que, con el anhelo de ver a su país ganar un partido del Mundial, contemplaban el enfrentamiento entre Ochoa y el delantero rival.
Un enfrentamiento en el que el portero de México llevaba las de perder, por estadística pura.
De ahí que la explosión de felicidad ante la saña resulte tan emotiva.
¿Cuántos de esos niños en edad de primaria recordarán lo que sintieron el martes por la mañana? Los brincos, los gritos, las risas y el sentido de comunidad e identidad. Apuesto que serán muchos, así como yo todavía recuerdo el gol de Manuel Negrete, que vi a los 11 años de edad.
Esa es la magia del futbol. Esa es la magia de la alegría: de lo más importante entre lo más importante.
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Nota del editor:
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